domingo, 21 de noviembre de 2021

Diccionario de voces aragonesas. Introducción filológico-histórica, Gerónimo Borao, I.

Diccionario de voces aragonesas.

Precedido de una
Introducción filológico-histórica,
por
D. Gerónimo Borao,
Catedrático de Literatura en la Universidad de Zaragoza.

Zaragoza.
Imprenta y librería de Calisto Ariño.

1859.

DVA, diccionario, voces, aragonesas, Gerónimo Borao, kindle

(Editor: Ramón Guimerá Lorente. Ortografía actualizada en parte, ejemplo, lisongeo : lisonjeo; espuesto: expuesto; mas : más; lenguage: lenguaje; solo : sólo, solamente; testo: texto; también en textos citados a : a, a: a; e : e; o : o; etc etc)

Exmo. Sr. D. Jerónimo Borao y Clemente. Alumno, insigne maestro, celoso rector de esta escuela y director general de instrucción pública. La Universidad, á propuesta de los claustros de las facultades, acordó honrar la memoria de este eminente literato y poeta colocando su retrato en el Paraninfo


Advertencia del autor.


Decidido amigo de la instrucción primaria a quien me lisonjeo de haber prestado más de un útil servicio, he tomado parte tal cual vez en los periódicos que le están dedicados en España. Hícelo una vez, en 1856, para tratar ligeramente de los diminutivos y principalmente del terminado en ico; y aplazando el examen de otras maneras aragonesas de decir para algunos artículos próximos, logré encariñarme a tal punto con la materia, y fueron extendiéndose de tal suerte mis estudios, que al cabo produjeron el Diccionario aragonés y la Introducción sintética que hoy someto al juicio del público y recomiendo a su indulgencia.

Parecióme muy difícil, al principio, la originalidad, ya por el gran número de voces aragonesas que en calidad de tales definía con su acostumbrado acierto la Academia, ya por las nuevas que incluía en su Ensayo de un Diccionario aragonés-castellano (Zaragoza Imp. real. 1836, 67 páginas 8.°) el distinguido abogado entonces, hoy dignísimo magistrado D. Mariano Peralta, cuya larga residencia en el alto Aragón le permitía dejar muy poco asunto a sus sucesores, a pesar de la modestia con que tituló su muy apreciable trabajo que yo he respetado con extremo; pero observando las disculpables omisiones de ambos diccionarios, decidime a mejorarlos en cuanto, pudiese sobre la base inevitable que ellos me ofrecían.

Ensayo de un Diccionario aragonés-castellano (Zaragoza Imp. real. 1836, 67 páginas 8.°)


Si lo ha conseguido o no mi diligencia, el público es quien ha de resolverlo, teniendo en cuenta la variedad de estudios, así lingüísticos como científicos y forenses, que mi obra ha exigido, la paciente expectación que ha requerido, como quiera que se ha apelado al pueblo mismo para sorprenderle su lenguaje; y, en fin, el crecido número de vocablos nuevos que he conseguido allegar cuando parecía casi agotada la materia, aunque advirtiendo que, sobre las voces que hayan podido escapar a mi cuidado, se echarán de menos algunas puramente locales, suprimidas de propósito por separarse en cierto modo del habla común aragonesa.

La Academia, si no hay error en el cómputo que he practicado, incluye quinientas sesenta y una voces como provinciales de Aragón y ochenta y una como provinciales en general pero seguramente de uso aragonés (aragonès en el original): Peralta unas quinientas nuevas sobre las doscientas aragonesas, cuarenta y cinco provinciales y ciento cuarenta y dos castellanas que toma de la Academia: el DICCIONARIO que ofrezco ahora al público contiene, sobre las 784 de la Academia y las 500 de Peralta, 1675 nuevas, que constituyen un total de 2959 voces, esto es, 2175 más que la Academia y 2072 más que el Vocabulario de Peralta.

Ampliadas, concordadas y modificadas a veces las definiciones de ambos diccionarios, he creído del caso sin embargo conservar la propiedad, o digamos, pertenencia de cada palabra para mejor conocimiento del lector; y a este fin he designado con una c las voces castellanas que Peralta (indudablemente con buenos fundamentos) incluyó como aragonesas en su Ensayo, con una p las provinciales, con una a las aragonesas de la Academia, con una d las exclusivas de Peralta, y con una n las que en su totalidad me pertenecen. Esto he preferido, para cargo y descargo de mi responsabilidad, y no las indicaciones gramaticales que doy por conocidas, y que no me parecen propias de un trabajo especial como este, sobre el cual ha de suponerse el conocimiento de otros diccionarios.


INTRODUCCIÓN.

I.

Extendida la dominación romana por toda la península española, muy pronto se difundió entre nosotros su cultura, entonces poderosa, e inevitablemente hubimos de recibir los vencidos el idioma del Lacio; que siempre fue la lengua el vehículo y el símbolo de la civilización. Mas cuando ya era usual hasta en el pueblo el latín de aquellos tiempos, sobrevino una irrupción no menos enérgica, que, si no pudo desarraigar de pronto ni las costumbres ni el habla romana, todavía imprimió un semblante nuevo al idioma, híbrido conjunto de voces latinas y maneras godas, que por ventura ha prevalecido hasta el presente, puesto que modificado por las muchas avenidas extranjeras que sucesivamente contribuyeron a enriquecer a aquel sin par idioma, en que habían de causar admiración a la Europa los Cervantes, Calderones y Quevedos.

Nuevas zozobras, nuevo espanto, nueva y más fundamental reforma que otra alguna vino a amenazarnos con la invasión árabe, a la cual justo es decir que debemos la mayor parte de nuestra adelantada ilustración en los siglos medios, así como el desarrollo de todas las cualidades caballerescas que constituyeron un día nuestro carácter, y que todavía se conservan; aunque muy atenuadas, entre nosotros, como se conserva el aire de familia, o como se distingue el tipo especial en el rostro de cada nación y aun de cada territorio.

De la misma manera que el idioma latino, el cual por su difusión vino a llamarse, a poco de la invasión árabe, la lengua de los cristianos, esto es, la lengua nacional, la lengua en que estaba escrita la legislación o el Forum Judicum; de la misma manera, decimos, se generalizó entre nosotros el árabe, al cual (como dice el sabio Marina) hubieron de trasladarse hasta los libros santos, que ni aun los sacerdotes entendían, siendo cierto que en el siglo IX no había sino uno para cada mil que comprendiese el idioma latino, cuando el caldeo era en muchos puntos de España del todo familiar. (1)

No en todos sin embargo. Los alentados españoles que, lejos de someter su cerviz al yugo musulmán, fueron a refugiarse en lo más arriscado de las montañas para preparar desde allí la más obstinada y vencedora defensa que han presenciado los tiempos, salvaron con nuestra nacionalidad nuestro lenguaje. Y no fueron sólo las invencibles huestes de Pelayo las que conservaron el depósito del idioma: también los aragoneses, reunidos en las asperezas pirenaicas bajo la conducta de Garci-Gimenez (2), preservaron el latín gótico de la destrucción completa que le hubiera cabido si, como en las ciudades florecientes y aun en comarcas enteras de España, llegara a hacerse general el idioma de los árabes.

Cuál fuera aquel tosco lenguaje, o qué grado de perfección alcanzara, no es fácil decidirlo; pero convienen los doctos en algunos puntos que nosotros agruparemos brevemente. Parece que los godos no fueron poderosos a imponer ni aun a conservar su idioma propio, y tomaron por el contrario la lengua latina aunque en el estado mísero en que ya se hallaba, como que ya venía decayendo desde su mismo siglo de oro. (3) Las pérdidas que diariamente sufría el idioma del Lacio permitían que se infiltrase sin obstáculo tal cual influencia gótica, y de ese mutuo decaimiento, favorecido después por elementos arábigos, rabínicos y francos, resultó una verdadera e informe fusión, en que sin embargo prevaleció el elemento latino (4); por donde los idiomas de él engendrados se llamaron romanos o romances, ocasionando entre otros el castellano, que bajo este aspecto bien pudo haber nacido en el siglo VIII, si puede llamarse idioma nuevo el que debió de hablarse en aquella época, de lo cual disentimos nosotros francamente, por más que lo hayan sostenido, pero sin documentos ni razones de algún peso, los eruditos Aldrete, Terreros y Andrés (5).

De todas suertes y aunque fuese idioma vulgar, y aun cortesano al decir de Terreros, no le vemos hasta el siglo XII como lenguaje escrito, y por consiguiente no podemos deducir de él sino lo que de este se desprende. Cónstanos, sí, de su existencia, como quiera que la demuestran las mejores inducciones filológicas, la declaran los mismos documentos latinos que repetidas veces se refieren al idioma que llaman vulgar (o rústico como D. Alonso el Batallador), y sobre todo la argüirían con su misma perfección relativa los primeros monumentos verdaderamente castellanos.
Pero antes de fijar la época a que estos se refieren, conviene anticipar dos observaciones diplomáticas, a saber, la falibilidad de muchos documentos en orden a su lenguaje y fecha, y la abundancia de documentos latinos y absoluta carencia de castellanos hasta los tiempos críticos a que nosotros referimos el uso del castellano escrito.

En cuanto a la primera de estas dos ideas, diremos que ha habido muchas piezas, latinas en su origen pero vertidas más o menos pronto al castellano, lo cual puede inducir a fácil error por la aparente conformidad pero verdadera disonancia entre la fecha y el idioma, de lo cual (entre muchísimas) pueden ser ejemplo los fueros de Sepúlveda y de Arguedas, 1076 y 1092: hay también privilegios, cuyas confirmaciones se conocen pero no sus instituciones, habiéndose redactado aquellas en idioma castellano, sobre original latino: ha habido también privilegios y fueros que sucesivamente se han copiado, y modernizado a cada copia, considerándose vigente la última de estas, entre la cual y la fecha, que es de suyo inalterable, resultaba un desacuerdo filológico no siempre preceptible (perceptible): ha habido, en fin, alteraciones interesadas y por consiguiente lingüísticas en algunos pasajes, lo cual ya denunció. D. Alonso el Sabio en aquellas palabras «aun aquellos libros raien et escribien lo que les semejaba a pró de ellos e a danno de los pueblos.»

El segundo extremo se comprueba con los muchos fueros municipales redactados en idioma latino durante el siglo XI,, y aun con los muy numerosos que se otorgaron en el mismo idioma por toda la primera mitad del siglo XII, como lo demuestran, sin salir de los reinos de Aragón y Navarra, los de Alonso el Batallador de 1117, 1122, 1124 y 1129 concedidos a Tudela, Sangüesa, Cabanillas, San Cerni y otros pueblos, y lo que es más, los concedidos por Sancho el Sabio de Navarra desde 1150 a 1193, cuyo rey (ni ningún otro que sepamos) no se sirvió del castellano sino en el fuero de Arguedas año de 1171.

Resulta, pues, que los primeros documentos castellanos corresponden al siglo XII, pues aunque se habla de documentos de 950, (6) de una escritura de 1066, (7) de una anécdota de 1095, (8) de un privilegio de 1101, (9) y de algún otro documento a ese tenor, la verdad es que el primero que cita Marina es de 1140, el primero de que habla Gayangos de 1145, el primero que vio Sarmiento de 1150, el primero que parece que han disfrutado Risco y Ticknor de 1155 (10), el primero que menciona Yanguas de 1171, y el primero que copia Berganza de 1173; advirtiendo nosotros de paso que ni en el archivo de Comptos de Navarra ni en el de la Corona de Aragón no existe ningún documento anterior a aquellas fechas. También debemos exponer respecto al P. Merino que ni alcanzó otra cosa que lo exhibido en sus Antigüedades por Fr. Francisco Berganza, ni anduvo a nuestro parecer muy cuerdo en la calificación de un romance del Cid que aquel encontró en el monasterio de Cardeña y que estotro supuso anterior en algunos años a Berceo y en un siglo a D. Alonso el Sabio, siendo así que su estructura revela muy posteriores tiempos, y que Berganza, a quien se debe su hallazgo, no se atrevió a fijarle antigüedad, limitándose a coronar su obra con esos (que dice él) versos antiguos.
Los monumentos primitivos de que hablamos, suponen realmente lo que ya hemos dicho, la existencia de un idioma vulgar, el cual hemos de confesar que todavía se revela en documentos muy anteriores. El erudito D.
Tomás Muñoz incluye tres latinos en su apreciabilísima Colección de fueros y Cartas-pueblas, que, correspondientes a los años 804, 824 y 857 contienen las voces carrera, carnicerias, calciata, foz, defesis, ganato, omes de villa, pradum, porquerum, tempore verani, ille como artículo y no como pronombre, y otras indicaciones análogas de lo que había de ser, andando el tiempo, el idioma español (11). Lafuente, en el tomo III de su Historia de España, cita, para prueba de esto mismo, la escritura de fundación del monasterio de Obona, 780, en que se hallan las palabras vacas, tocino, mula, rio y peña; una donación de Alfonso el Católico que comprende duas campanas de ferro y tres casullas de syrgo; y un documento de Orduño I con las voces verano, iberno, ganado, carnicerias, caballo etc. Briz Martínez, en su Historia de S. Juan de la Peña lib. II cap. XXXVIII, inserta a la letra el testamento de Ramiro I de Aragón, 1061, en el cual se leen estas palabras:
“de meas autem armas qui ad varones, et caualleros pertinent, sellas de argento, et frenos et brunias, et espatas, et adarcas, et gelmos, et testinias, et cinctorios, et sporas, et cauallos, et mulos, et equas et vacas et oues dimitto ad
Sanctium... et vassos de auro et de argento, et de girca, et cristalo, et macano, et meos vestitos, et acitaras, et collectras, et almucellas en seruitium de mea mensa, totum vadat cum corpore meo ad Sanctum Joannem... et illos vassos quos Sanctius filius meus comparauerit et redemerit; peso per peso de plata, aut de Cazeni, illos prendat... et in castellos de fronteras de Mauros qui sunt pro facere;” cuyo contenido, aunque su traducción tiene harta dificultad por algunos términos incógnitos, romancea de este modo Briz Martínez: «Otro si ordeno que mis armas pertenecientes a varones y caualleros, como son sillas y frenos de plata, espadas, adargas, yelmos, cauallos, mulos, yeguas, vacas y ovejas, todo sea y lo herede mi hijo D. Sancho... que todos mis bienes muebles; como son vasos de oro y de plata, de alabastro, de cristal y de macano, mis vestidos y acitaras o camas colectos y almuzas con todo el seruicio de mi mesa, todo se lleue y entregue, juntamente con mi cuerpo, al monasterio de S. Juan... que todos los vasos que mi hijo quisiere redimir y comprar, aquellos redima peso por peso por otra tanta plata o cazeno... (y todo se dé) para obras de castillos que están en las fronteras de moros y no acabados de concluir. (12)

En los primeros tiempos documentales no es mucho que se advierta esto mismo con toda la claridad posible, y así en una escritura de 1157 a favor del monasterio de Beruela (Veruela) se lee: «nullus homo sit ausus casas uestras uel grangias uel cabanas... violente intrare;) en la de fundación del monasterio de Aza «do etiam præfato monasterio... centum caphices (caices vulgo dicimus) quincuaginta tritici; en el fuero de Valformoso 1189 se dice de tribus arriba y mulierem putam; en el de Santander non vendat a detal. Los documentos aragoneses ofrecen igual comprobación y dan además a entender desde su cuna su total identidad con la formación del castellano, y así en una escritura de 1152 (Biblioteca Salazar) se dan «500 solidos et III kauallos... et illas kassas que forunt de sennior Ennego Sanz... et CCC solidos et una mula;) en otra de 1155, que también hemos visto original, se lee «et recipiant eum sano et infirmo et donant illos fratres in caritate ad sua mulier de
D. Julian que ad suos filios XX morabetinos, per tale que illos no clamen magis de ista hereditate... et fuit factum hoc donatiuum in presentia de magister D. Freol;» en otra de 1162 «Hec est carta de una vinéa quam comparauit Petro Tizon magist. de Nouellis... pagato pretio et
aliala;» en otra de 1173 «dono uobis fidanzas de saluetate affuer de terra... alibala paccata;» en otra de 1202 «Hec est carta de compara quam comparauerunt, fratres milicie Templi Salomonis,» en otra de 1223 «suos domos videlicet et corrallos de coelo usque in abissum.)

Obsérvase al golpe que los primeros documentos, supuesto el desarrollo del embrión llamado romance, durante tres siglos a lo menos, nada tienen todavía de perfectos; y a la verdad, sobre sus frases totalmente latinas que eran de rúbrica entre los notarios de aquel tiempo como en los de hoy mismo, hay documentos, no ya de los primeros sino del siglo XIII, que son mezclados de latín y romance; y aun los que se llaman castellanos o escritos en el idioma vulgar, tienen el corte que va a verse, y son tales que permiten hacer fácilmente, no la operación que hemos ahora practicado, sino la contraria de entresacar las voces y giros latinos de entre el vulgar informe que les es predominante. En una donación hecha a favor del monasterio de Cardeña, se lee al fin: «Quiquier que de nostro linage o de otra cualquier aqueste nostro fecho et aquesta nostra donacion quisiere quebrantar, toda o parte de ella, primeramientre aya la ira de Dios, et con Iudas el traidor, et con Datan, et Abiron que vivos la terra los sorbió, en Enferno sea atormentado. Amen. Et sobre esto peche al Rey de la terra mille mrs. et al Monesterio et al Hospital sobredichos la heredad doblada.» En otra escritura relativa al mismo Monasterio, y la más antigua que en él se conservaba, año 1180, se dice:
«E judgo Don Lop: que ninguno de los non fuesse pescar en aquellas defessas menos del otro que fuese en la villa y qualquequiere que fuesse pescar, que diesse las cinco partes al abbat, y las tres a los Infanzones. Hoc judicium fuit datum in era MCCXVIII
regnante rege Allefonso cum uxore sua Alionore.» En otra de 1193 se lee «Notum sit presentibus et sciant posteri: quia ego Guisabel Garciaz fija de Garci-Ruiz catando pro de mi ánima hi entendiendo que sea a servicio de Dios, do et otorgo a vos Don Martin siervo de Dios et abbat del monasterio de Sant Pedro de Cardeña, et al conviento del mismo logar in perpetuum las mis casas propias que yo hé en Burgos.» (13)

Y para que se vea todavía más clara la lucha latente entre los idiomas latino y castellano, para que se vea cuán laborioso fue aquel parto de donde había de resultar que la lengua latina diese a luz dos idiomas gemelos que se denominan neo-latinos, véase el siguiente trozo castellano del fuero de Cáceres, en 1229, en donde predominan a su turno ambos idiomas: «Mulier que viduetatem voluerit tenere accipiat unam casam (latín) con XII cabriadas et una tierra de dos caffices sembradura (castellano) ubicumque voluerit (latín)... et una bestia asnar et una mora o un moro (castellano).. et hoc accipiat de aver dambos (latín y castellano;) y el siguiente latino de Tafalla, confirmado en 1157 en 1235 y en 1355: «Si duo homines habuerint pleito inter se et se alzarent ad regem, ambos pasen Aragon si ad ambos placuit, et si non placuerit uno non debet eum seguir usque rex passe Aragon.»

De intento nos hemos detenido en dar a conocer la antigüedad y lenguaje de los primeros documentos castellanos, para que se vea que ha de renunciarse a citar ejemplos anteriores al siglo XI, y para que resulte conocida la estructura del primitivo lenguaje español, con el cual podrá ya contrastarse el que se usó en los documentos públicos del reino de Aragón de que más tarde hablaremos. Por ahora adelantaremos que Aragón ostentó a veces cierta superioridad sobre Castilla en la esfera política, en la legal y aun en la lingüística, verdad que ya confesó el profundo Marina en su notabilísimo Ensayo, exponiendo «cuánto influyeron los usos y costumbres de Aragón y Navarra en los de Castilla.) (14) Sancho el Mayor dio en efecto a ese reino algunas leyes navarro-aragonesas: se sabe de los castellanos, que iban a Jaca a estudiar aquellos célebres fueros para trasladarlos a su país: también es notorio que el matrimonio de los clérigos, así como la famosa ley sálica e igualmente la representación en Cortes del brazo de las Universidades, fueron importados de Aragón en Castilla; y en cuanto al lenguaje, como que hubo, sobre todas estas, las mismas causas determinantes, no puede dudarse que se habló en Aragón un idioma del todo conforme cuando no más rico que el castellano, (15) pudiendo asegurarse, como después veremos, que, sobre ser un error filológico, es muy gratuita la suposición de que los aragoneses usasen el romance lemosín hasta que recibieron el castellano al advenimiento de D. Fernando de Antequera a quien, con más razones de conveniencia que de justicia, declaró monarca de Aragón el Parlamento de Caspe.

Lo que sí hubo es un comercio recíproco de voces y giros entre aragoneses y catalanes, luego de unirse ambos estados, aceptándose en Aragón algunos vocablos, algunas desinencias, y sobre todo una gran parte de la literatura catalana o provenzal, que en cierto modo eran un solo idioma y una misma poesía, desde que los Berengueres poseyeron la Provenza y exaltaron su cultura. Mas no sólo no había entonces desdoro en este género de imitaciones, como quiera que a ellas se ha debido en todas partes la formación de los idiomas; no sólo no era vergonzoso entonces, como ahora lo sería, el admitir voces extrañas, sobre todo cuando el idioma era en todas partes informe, balbuciente, necesitado e inconstituido, sino que el idioma lemosín o provenzal era a la sazón el instrumento de la más bella poesía, y extendía su influencia, no ya sólo a la corona de Aragón, pero aun a la Francia toda, y, lo que es más, a la misma Italia, sin que por eso pretendamos, como algunos, que el Petrarca nos imitase o nos copiase.

El idioma lemosín, que algunos, con poca verosimilitud, suponen nacido del francés antiguo combinado con el lenguaje que llevaron a la Provenza los españoles allí refugiados a la invasión árabe; ese idioma que otros suponen (coetáneo del catalán) formado en el siglo X por el borgoñés y el latín corrupto, modificado por la casa aragonesa en el siglo XII, decaído y transfigurado en el XIII; no hay duda que se difundió por casi toda la corona aragonesa casi al mismo tiempo en que nacía verdaderamente el castellano, viniendo a formar en cierto modo los dialectos o romances catalán y valenciano; entre los cuales y el provenzal y lemosín, de quienes dice D. Tomás Antonio Sánchez que fueron una sola lengua, establecen algunas diferencias los filólogos, pero conviniendo generalmente en que el lemosín puro fue modificado por el catalán, cuyo nombre tomó en la corona de Aragón, en que el valenciano procede del catalán, y ambos del lemosín, habiéndose castellanizado el primero y afrancesado el segundo andando el tiempo, y en que el catalán tuvo cierto aire castellano (sin duda influido por Aragón) que le diferenciaba lo bastante del lemosín puro, el cual procedía del latín y el francés primitivo. Ese idioma, y más bien que él su gusto y poesía, pasaron rápidamente los Pirineos desde que, en el decurso de pocos años, los Berengueres reinaron en Provenza y Aragón, a la primera mitad del siglo XII; fueron también llevados a Sicilia por Federico y a Nápoles por Carlos de Anjou (16), y después influyeron hasta en la poesía castellana durante el siglo XIII con Alfonso XI, si bien esta modificó a su vez el genio provenzal desde la coronación de
D. Fernando el de Antequera.

Algunos reyes de Aragón, prescindiendo de que sus conquistas sobre las Baleares, Sicilia y Nápoles, y aun sus empresas, primero sobre la misma Valencia, después sobre el S. del Mediterráneo, unas veces por cuenta propia, otras en combinación con Castilla, les hiciesen más conveniente su residencia en los pueblos marítimos; preciso es confesar que por muy otras razones tuvieron hacia Barcelona y Valencia una predilección que negaron constantemente a Zaragoza, tal vez porque en esta capital, cabeza natural del reino, se conservaban más puras las libertades de Sobrarbe, que con frecuencia humillaban a los más altivos monarcas, haciéndoles duro de soportar el freno con que se reprimían sus demasías o sus naturales ímpetus de mando.
Rey hubo, у a la verdad no de los que menos trabajaron en pro de las libertades públicas, si bien después que las Cortes le destruyeron el privilegio de la Unión, que salió hacia Cataluña, maldiciendo la tierra de Aragón y “era esta (como dice Zurita) general afición de los
reyes, porque desde que sucedieron al conde de Barcelona, siempre tuvieron por su naturaleza y antiquísima patria a Cataluña, y en todo conformaron con sus leyes y costumbres, y la lengua de que usaban era la catalana, y della fue toda la cortesanía de que se preciaban en aquellos tiempos.”

Los monarcas, pues, no hay que negarlo, usaban con frecuencia en lo que a ellos tocaba, el idioma lemosín o catalán. (17) Este lenguaje palatino, que por imitación hablarían también los cortesanos, como hoy se habla el francés en algunas cortes de Europa, en donde es, para explicarnos a la moderna, lenguaje oficial; era el que nuestros monarcas empleaban aunque no siempre, como escritores, como ordenadores de su casa, como príncipes y aun como particulares; a lo cual contribuía, según ya hemos insinuado, el vigor con que florecía la poesía provenzal y el constante apoyo que recibió de nuestros reyes el arte de bien decir, (gay saber) en el cual fueron algunos extremados, y otros muy dignos de mención, como se prueba con los nombres de Ramón Berenguer V, Alfonso II, Pedro II, Jaime I, Pedro III, Pedro IV, y el infante
D. Fadrique que reinó en Sicilia.

Todavía pudiéramos añadir que no sólo en aquello a que llegaba, para expresarnos así, la acción privada del Rey, sino aun en las escrituras de fundación, en algunas cartas pueblas, en libros de cuenta y razón (18), en los procesos (19), y en los actos del reino, se usó por algún tiempo el idioma lemosín, en prueba de lo cual nos cita el Sr. Torres Amat los fueros de D. Jaime el Conquistador, las proposiciones o discursos de la Corona en la apertura de las Cortes, las ordenanzas y otros documentos oficiales. Aquel idioma (digámoslo de paso) es el que algunos designan con el nombre de romance, aunque en la común inteligencia sea este el verdadero idioma castellano; y es que, derivados del latín todos los idiomas y dialectos neo-latinos, en cuyo número hay que contar al provenzal y sus derivados, llamáronse todos romans o romances, esto es hijos del romano, siendo más natural esta etimología que la árabe de al-romi, enunciada aunque no apoyada por Marina.

Y ya que hemos hablado de los fueros y del idioma en que parece haber sido algunos redactados, no será inoportuno el indicar que mucha parte de ellos, y desde luego los de D. Jaime I, fueron sucesivamente traducidos del romanz en latín, como lo afirma el Justicia mosen Juan Giménez Cerdán en su célebre carta a Díez d'Aux, por los famosos letrados Jiménez Pérez de Salanova, Galacián de Tarba y Juan López de Sessé. En la colección general que de ellos corre impresa nótase que hasta los primeros años del siglo XV, esto es, hasta los decretados en las Cortes de 1414, todos se hallan redactados en idioma latino, (20) empezando a leerse en castellano los de las Cortes de Maella de 1423, así como los de Alfonso III, inclusos en los de Pedro III que los dio en 1283, pero que desde luego tienen un lenguaje más moderno que el de su tiempo.

Volviendo a insistir sobre la introducción del idioma provenzal, quien más contribuyó a ella, después de los primeros condes catalanes de la Provenza, fue D. Jaime el Conquistador, el cual, hasta donde esto es posible, declaró lengua de corte el lemosín, que merced a varias causas llegó a hacerse popular, aunque no, como se ha supuesto, en todo el reino. Pero debe, sin embargo, notarse que al cabo de un siglo decayó la pureza de la nueva habla y la nueva literatura, pues si bien hacia el fin del siglo XIV (1390) se fundó en Barcelona, y luego en Zaragoza, un Consistorio de la Gaya Ciencia a imitación del que años antes (1324) se había fundado en Tolosa, ya es punto bastante averiguado en la historia de las letras y las artes, que las Academias suelen fundarse para detener la decadencia, pero sin poder atajarla por completo si otras causas no comunican nuevo impulso al ingenio, de suyo libre y aventurero. También contribuyó a esa decadencia el elemento castellano, gradualmente introducido en la Corona de Aragón, ya por el advenimiento de Fernando I en 1414 (21), ya por el ejemplo del marqués de Villena que a un tiempo insinuaba el gusto aragonés en Castilla y el idioma castellano en Aragón.

De entre los escritores que prefirieron el idioma lemosín, son muchos y muy ilustres los que pueden citarse, pero nosotros nos contentaremos con recordar a Alfonso II que fue el primer trovador conocido, y floreció hasta el fin del siglo XII; Pedro II, cuyas trovas se conservaron en una colección de ciento veinte trovadores; Jaime I, que escribió una Crónica lemosina (22) anterior a la de Alfonso el Sabio e impresa en 1557 y en 1848, además de otras obras, como Lo libre de la saviesa; Pedro III, conocido como trovador; el infante D. Pedro que en la coronación de su hermano Alfonso IV, ocurrida en 1328, lució sus dotes poéticas, siendo los cantores o juglares de sus poemas los afamados Romaset y Novellet; Juan Francés, que describió aquella coronación en idioma lemosín; Pedro Lastanosa que floreció en 1318; Pedro IV, autor de una Historia de su reinado, de un Libro de los Oficios de su casa y, según se asegura, de algunas poesías; Juan I, conocido como poeta; Fray Juan Monzón que floreció en la primera mitad del siglo XV; Mosen Pedro Navarro, Rodrigo Díez, Juan Dueñas, Santa Fé у Martín García, todos cinco poetas lemosines de la misma época; Juan Torres, que lo fue también y floreció hacia el fin del siglo XV. (ver “lo llibre dels poetas”, de Francesch Pelay Briz, 1867, donde están estos poemas o poesías y muchos otros autores)

Estos, sin otros que cita Latassa en su Biblioteca antigua, en donde por lo demás abundan en mayor número los escritores en latín (por no decir latinos), prueban de un modo evidente que en Aragón (23) se hizo mucho uso del idioma lemosín para la poesía, la historia y la legislación, y de eso mismo dan testimonio aquellas palabras del marqués de Santillana en su famoso Proemio: “los catalanes, valencianos, y aun algunos del reino de Aragon, fueron e son grandes oficiales de este arte,” esto es, de la de trovar, llamada gaya ciencia. Compruébalo también la noticia que dan muchos historiadores sobre haberse abierto en Zaragoza un Consistorio del gay saber al modelo del que se había fundado en Barcelona con maestros o mantenedores de Tolosa; y también nos lo acredita, entre otros autores de buena nota, el diligente Zurita, el cual pinta en esta manera el reinado de Juan I, que floreció en el siglo XIV: “y en lugar de las armas y egercicios de guerra, que eran los ordinarios pasatiempos de los príncipes pasados, sucedieron las trovas y poesia vulgar y el arte de ella que llamaban la gaya ciencia, de la cual se comenzaron a instituir escuelas públicas; y lo que en tiempos pasados habia sido un muy honesto ejercicio, y que era alivio de los trabajos de la guerra, en que de antiguo se señalaron en la lengua lemosina muchos injenios muy escelentes de caballeros de Rosellon y del Ampurdan que imitaron las trovas de los provenzales, vino a envilecerse en tanto grado que todos parecian juglares."

De lo expuesto hasta aquí habrá quien pueda verosímilmente inferir, y tampoco no le faltarán autoridades en que apoyarse, que Aragón se sirvió hasta el siglo XIV inclusive del idioma latino y del provenzal y no de ningún otro, cuya opinión robustecen los fueros de Jaca escritos en lemosín y conservados en un códice del Escorial; una Crónica manuscrita de los reyes de Aragón escrita en catalán y citada en el libro de las coronaciones de Blancas; una colección de fueros, que fue la primera compilación y se hizo en catalán, habiendo sido disfrutada por Diego Morlanes; el homenaje rendido en catalán a Pedro el Grande por Jaime II de Mallorca, que corre con algunas piezas latinas al fin de la crónica de D. Pedro el Ceremonioso publicada en nuestros días; y muchos otros documentos que comprobarían el uso general de ese idioma en nuestro reino, habiéndose de contar entre ellos algunos libros que se dicen escritos en romance, pero entendiéndose que son en provenzal, el cual se denominaba también con aquel nombre.

Mas, aun concediendo nosotros que el idioma lemosín o el catalán fueran el lenguaje de la poesía, el de la casa real y el de cierto género de documentos oficiales que no se redactaran en latín; nunca deduciríamos la absoluta de que aquel fuera el idioma literario, cuando a eso se oponen, no ya algunos escritores imparciales como Terreros y Aldrete, sino los importantes documentos que se nos ofrecen, siglo por siglo, desde el primero documental que es el duodécimo; ni mucho menos incurriríamos en el manifiesto error de suponer que aquella lengua sabia hubiera sido el idioma del pueblo como lo afirma Viardot, a cuya autoridad ha cedido un laborioso escritor aragonés (24), así como tampoco no podemos convenir con Mayans para quien «la antigua lengua aragonesa se conformaba más con la valenciana, o por mejor decir era lemosina

Creemos nosotros, muy al revés, que en Aragón hubo antes de la conquista árabe una crisis lingüística totalmente igual a la que padeció el resto de España; que en las montañas de Sobrarbe se conservó y pulió en lo posible el nuevo idioma como en las de Asturias; que una vez desahogados los cristianos, y pudiendo descender ya a las llanuras, tendieron su idioma como su reconquista; que los árabes con su tolerancia y su cultura, no menos que con sus victorias y alianzas, hicieron triunfar sobre nuestro infantil idioma un crecido número de palabras todavía conservadas en gran parte; que en adelante la unión de la corona real aragonesa con la condal de Barcelona, (coronilla) y sobre todo la influencia que nos vino de la Provenza cuando entraron a gobernarla los Berengueres, se dejó sentir muy perceptiblemente en el idioma aragonés, dándole un tinte lemosín e invadiendo casi por completo la poesía, el palacio de nuestros reyes y en algún modo las transacciones forenses; que sobre todo esto se mantuvo bastante viva desde los siglos XIII y XIV la comunicación entre aragoneses y castellanos protegiendo la conservación de aquel idioma casi común, el cual no necesitó uniformarse con la elección de un príncipe castellano para el trono aragonés, ni menos posteriormente con la reunión definitiva de ambas coronas; y en una palabra, que el roce con los árabes, las reminiscencias de la época provenzal (25), y el carácter particular del país, unido al espíritu fuertemente provincial que todavía se deja sentir en algunas de España, han conservado un cierto semblante al dialecto aragonés (si así puede llamarse) que es el que le diferencia, aunque en poco, del habla castellana, según que en breve procuraremos demostrarlo.

He ahí muy en resumen la opinión que hemos formado en esa difícil cuestión de los orígenes del idioma aragonés; y para ello, si no tuviéramos mejores y más indestructibles pruebas que pronto aduciremos, nos apoyaríamos en las palabras mismas de Mayans, el cual, no sólo emite su parecer de la manera muy dudosa que se ha visto, sino aun confiesa allí mismo la antigüedad de un lenguaje aragonés independiente de los que en adelante le afectaron; y si después asevera la identidad del aragonés y lemosín, lo hace con tan mala prueba, que no aduce sino el breve catálogo de vocablos aragoneses declarados por Blancas en sus Coronaciones, catálogo que sólo contiene unas doscientas, de entre las cuales, la mitad son de purísimo castellano antiguo (26) o totalmente latinas (esto es, castellanas también), y las restantes, ya pocas en número, son tomadas en general de documentos antiguos, los cuales no eran al cabo el habla del pueblo, sobre que nosotros ya hemos concedido haberse redactado con frecuencia en lenguaje palaciano.

En cambio de las vacilaciones con que luchó Mayans, y de la afirmación de Terreros en cuyo concepto recibió Aragón el idioma castellano desde los tiempos de Fernando el Magno hasta el siglo XII, hay otros que confiesan la influencia aragonesa aun sobre el mismo idioma de Castilla, entre los cuales nos limitaremos a citar al P. Merino. Este diligente investigador, que no debe ser sospechoso de parcialidad, cuando por el contrario afecta despreciar todo lo que no sea Castilla, omite hablar de documentos aragoneses, atribuye en cierto modo a la Coronilla el desmejoro de la caligrafía, y no tiene por verdaderos reyes de España sino a los de Castilla; se ve forzado a conceder que el Aragón tuvo sus rimas o su poesía propia (aunque no dice si castellana) desde el siglo VIII, y a confesar que el vulgo, a quien atribuye exclusivamente la formación del lenguaje (27), mejoró su idioma con el trato de los aragoneses y otras gentes, e hizo culta su lengua de suerte que ya pudo andar en las escrituras; opinión que en nuestros días ha reproducido Monlau en su Diccionario etimológico.


También comprobarían nuestro parecer varios escritores biografiados por Latassa, el cual con respecto a ellos no dice, como expresamente de otros, que escribieron en lemosín sino en romance vulgar; y sobre todo, no debieron escribir sino en aragonés, tal como él fuera, pero seguramente de otro modo que el lemosín, los Anónimos del siglo XIV a quienes da cabida en su Biblioteca antigua fundado en que deberían ser aragoneses a juzgar por el dialecto, observación que repite en el siglo XV hablando de fr. Bernardo Boyl, traductor del libro intitulado Isac de Religione, cuya versión dice que se halla escrita en lengua aragonesa, añadiendo que deduce que el autor lo era por la calidad del idioma aragonés en que hizo la citada versión. (28)

Los SS. Flotats y Bofarull, editores de la Crónica del rey D. Jaime, dicen por otra parte que la lengua lemosina es la que «estaba en tal tiempo más en boga en la corte de Aragón, y que se hablaba en casi todos sus dominios a excepción de la parte que correspondía al primitivo reino de este nombre,” con lo cual manifiestan que el lemosín estaba en boga y no más, se entiende que entre cortesanos y poetas, y que era lengua vulgar, en Cataluña y las Baleares por ejemplo, pero no en el Aragón anterior a Doña Petronila, esto es, no en el Aragón verdadero.

Transportando ahora la cuestión del terreno de las autoridades al mucho más firme de los documentos, no es posible resistir a tanta prueba como ofrecen los más antiguos de nuestros fueros, cuyo lenguaje, cuando no bastaran los indicios de su verdadera fecha, pondría de manifiesto al más incrédulo la verdad de lo que estamos sustentando.

En la detenida Historia que publicó el abad Briz Martínez sobre el monasterio de
S. Juan de la Peña y a un mismo tiempo sobre los orígenes del reino aragonés, ingiere con motivo de la coronación de nuestros reyes alguna parte de las venerandas leyes de Sobrarbe en su propio lenguaje antiguo que conviene dar a conocer: «Que oya su Missa en la iglesia e que ofrezca porpora et dé su moneda, e que despues comulgue. Que al levantar suba sobre su escudo, teniéndolo los ricos oms et clamando todos tres vezes Real, Real, Real. Estonz se panda su moneda sobre las gens entra a cien sueldos. Que por entender que ningun otro Rey terrenal no aya poder sobre eyll, cíngase eyll mismo su espada, que es a semblante de Cruz.»

Los códices del fuero de Sobrarbe, que a la verdad nunca han escaseado (29) por más que sean muy pocas las huellas que de su conocimiento nos hayan dejado los historiadores aragoneses del siglo de oro, son ahora bastante numerosos y sobre todo mejor estudiados, no en verdad del público para quien permanecen inéditos, pero a lo menos de las personas diligentes que todavía aspiran con gusto el polvo de nuestros archivos y bibliotecas. Quien más y mejores noticias ha producido, que nosotros sepamos, sobre aquellos preciosos restos de la historia y la legislación, ha sido el
Sr. D.
Javier de Quinto en su magistral discurso o tratado sobre el JURAMENTO POLÍTICO de nuestros reyes, y sobre todo en su posterior obra en refutación de cierto opúsculo polémico del Sr. Morales Santisteban. De entre los varios códices que cita, cuatro de ellos pertenecientes a la Academia de la Historia (por cada día más rica en excelentes manuscritos), uno al Sr. Gayangos y dos al mismo Sr. Quinto, tomaremos una cláusula en comprobación de nuestro asunto y la presentaremos con las dos versiones que tiene en el más antiguo códice de la Academia y en el muy antiguo también del anotador insigne de Ticknor. «Que si por aventura muere el que regna sin fijos de leal coniugio, que herede el regno vel mayor dellos hermanos que fuere de leal coniugio.... et si muere el rrey sen creaturas, ho sin hermanos de pareylla (de pareia dice un códice de Quinto), deben levantar por rrey los rrichos omes et los ynffanzones, cavaylleros, et el pueblo de la tierra» «Et si por ventura muere el que regna sines fillos de leal coniugio, que herede el regno el maor de los hermanos, que fuere de leal coniugio... et si muere el rey sen creaturas, o sen hermanos de pareylla, deven levantar Rey los ricos omes, y et los infanzones, cavalleros, et el pueblo de la tierra.”

Pudiéramos reproducir a ese tenor algunos más fragmentos del fuero de Sobrarbe, pero bastando ya a nuestro propósito, citaremos ahora la Prefacion con que, según Pellicer apoyado por Larripa, le encabezó en el siglo XI el rey D. Sancho Ramírez cuando dio fueros a los infanzones de Sobrarbe «Quando Moros conquirieron a España sub era DCCL ovo hy grant matanza de cristianos; e estonce perdiose España de mar a mar entro a los puertos; sino en Caliza, et las Asturias, et daca Alava et Vizcaya, dotra part Bastan, et la Berrueza, et Deyerri; et en Anso, et en sobre Yaqua,
et
en cara en Roncal, et en Sarazaz, et en Sobre Arbe, et en Ainsa. Et en estas montanyas se alzaron muy pocas gentes, et dieronse a pie, ficiendo cavalgadas; et prisieronse cavallos et partien los bienes a los plus esforzados etc.”

Los anteriores textos, y la noticia de que el fuero de Sobrarbe se mandó traducir a la lengua española en 1071 por el mismo D. Sancho Ramírez, que floreció muy antes que el autor del poema del Cid, uno de los primeros monumentos castellanos y a la verdad harto informe, convencen de que el lenguaje español era desde muy antiguo el que se usaba por los aragoneses, (30) supuesto era el de su legislación, la cual, inclinada en los primeros tiempos a servirse del idioma latino, sólo se trasladó al vulgar cuando este había alcanzado cierta robustez, como sucedió a la publicación de las Partidas, (Alfonso X el sabio) y un poco antes con la traducción del Fuero Juzgo, posterior sin embargo a la codificación del rey Sancho Ramírez. Y por si se alegaran razones contra la autenticidad de los códices a que nos hemos referido, esto es, por si se dudara de que el lenguaje en que aparecen escritos correspondiese de hecho ni a la época de su formación (que esto tampoco no lo pretendemos), ni a la de D. Sancho Ramírez, ni aun a las posteriores hasta el gran codificador Jaime I; por si se insistiera en la opinión que algunos profesan de que el prefacio atribuido a D. Sancho Ramírez es obra de Teobaldo de Navarra en el año de 1237; por si, confrontados los textos de los varios códices que existen, se dedujera de su varia lección la imposibilidad de fijar su verdadera importancia; por si se hiciera caudal con la respectiva modernidad paleográfica que todos ellos tienen comparados con la época en que decimos haberse redactado; todavía podríamos oponer a esos reparos algunas consideraciones que nos parecen concluyentes, cuales son la corta discrepancia que entre sí tienen los códices conocidos, según puede inferirse del trozo que más atrás hemos copiado; la antigüedad que trescientos y más años hace, concedieron al texto y al habla de esos fueros cuantos autores aragoneses o extraños los hubieron a las manos (31); la estructura de su mismo lenguaje que no puede corresponder sino a los primitivos tiempos del idioma; las contestes noticias de los más graves historiadores que han usado con toda confianza y consentido en toda la antigüedad que nosotros concedemos al lenguaje de los fueros de Sobrarbe; y finalmente la casi imposibilidad de que fuera otro que el español, toda vez que ni debió ser el latín, de donde se sabe que fueron trasladados en muy remota época y al cual por el contrario se vertieron en adelante muchos otros fueros antiguos (32), ni menos el lemosín, cuya influencia no era entonces ni había de ser en muchos años conocida.

Y a la verdad en el supuesto, casi imposible de negar, de que los aragoneses no hablasen el idioma latino en pleno siglo XII, la discusión anterior, casi inútil bajo el aspecto polémico, debe trasladarse a los posteriores tiempos en que, por el entronque de las casas aragonesa y catalana y las otras causas que ya hemos señalado, pudo modificarse el lenguaje hispano-aragonés hasta el punto de desnaturalizarse y extinguirse.

Pero contra esta sospecha, que para algunos ha pasado de conjetura inductiva a verdadera evidencia, no hay que oponer sino dos observaciones, que, prescindiendo de las pruebas documentales en que todavía insistiremos, resuelven a nuestro parecer de un modo victorioso esta cuestión. La primera se funda en el hecho indestructible de que la organización aragonesa se mantuvo perfectamente intacta y sin que en nada la afectase la reunión de ambas coronas; y si la estructura política no padeció influencia alguna, siendo de suyo tan ocasionada y fácil a los cambios repentinos, calcúlese cómo había de padecerla el idioma, que de suyo es rebelde y lento en sus transformaciones. La segunda estriba en el principio filológico-histórico de que el idioma no se altera a voluntad de nadie, no se pierde ni aun con un largo número de años, no se cambia como las dinastías por un pacto de familia ni por la influencia de nuevas costumbres, y diremos más, ni aun al impulso de las revoluciones por grandes que ellas sean: es preciso que sobrevenga una transformación completa en la sociedad, una irrupción avasalladora, una de esas grandes crisis que alteran profundamente los imperios; y aun entonces ha de acompañar a todo esto una especie de parálisis en los miembros todos de la sociedad vencida y, después de todo, aun sucederá que el idioma antiguo se irá perdiendo lentamente, que el nuevo irá triunfando por grados y sin estrépito, que ambos, en fin, conservarán y perderán mucho de su naturaleza.

Y como todo eso haya estado muy distante de suceder en la época del predominio lemosín, la verdad es que este no causó más novedad en el lenguaje aragonés que la impresión producida en general por el contacto o contraste frecuente de dos lenguas afines, cuyo práctico ejemplo nos ofrecen las lenguas española y francesa, como puede verse en el reciente y curioso diccionario de galicismos con que el Sr. Baralt acaba de enriquecer nuestra filología.

Pasando ahora a la prueba documental que hemos ofrecido continuar, concurren así mismo en favor de nuestro propósito las noticias que suministra la crónica auténtica del rey D. Jaime, en la cual, si bien los diálogos y las contestaciones suelen reducirse al idioma lemosín en que está escrita, pero a veces se conservan textuales según se pronunciaron, ya en boca de un sarraceno de Peñíscola “Señor, quereslo tu axi? e nos lo queremos e nos fiaremos en tu, e donarte hemos lo castello en la tua fé,” ya en boca de uno de los representantes o comisionados de Teruel «Decimusvos que vos emprestaremos tres mil cargas de pan, e mil de trigo, e dos mil dordio, e veinte mil carneros, e dos mil vaques: e si queredes mas, prendet de nos.”- Sin salir de las crónicas lemosinas, la de Pedro IV nos proporciona otro testimonio con las cartas que incluye, de las cuales, abandonando el orden cronológico, trasladaremos un trozo para que sirva al paso como una muestra del lenguaje de su siglo. La carta está escrita al rey de Castilla por D. Pedro el Ceremonioso en 1356, y dice: “E sabedes bien que cuando vos por vuestra cuenta nos embiastes rogar que quisiésemos prender a nuestra mano todo lo que han en nuestros regnos et terras, non lo quiziemos fer, porque si ellos ho vos por ellos nos demandades mas de razon, no somos seruidos de ferlo. A las otras cosas que nos feytes saber en vuestra carta, en que es feyta mencion de las paces que eran entre Nos et vos, sabe Dios, qui está en meo de Nos et de vos et vee tota la verdad, que siempre aquellas paces, las cuales entre nos y vos son firmadas con jura et homenatge, vos habemos complidament tenidas, assi por buena amor como por posturas. E si alguna cosa vos feziestes saber, siempre en aquella compliemos lo que cumplir haviamos et eramos tenidos.” A la misma época corresponde la notable respuesta que dio a los unidos de Valencia D. Pedro de Exerica, debiendo notarse que los jurados de aquella ciudad se le habían dirigido en lenguaje lemosín, contestándoles él entre otras cosas, según nos lo ha dado a conocer por vez primera el erudito Sr. Quinto, lo siguiente: A la qual letra bien entendida vos respondo que me semexa que es bueno que requirades al Sr. Rey e supliquedes que vos serve fueros, e privilegios, e libertades, e buenos usos, e que si alguna cosa ha feitto contra aquellos, que lo quiera tornar a estamento devido, assi como aquestas cosas se deven demandar e requerir a Señor, mas no por manera de union.” Más castellana es todavía la respuesta que en 1385 dio a los Jurados de Zaragoza el rey Juan I y que ya ha citado antes que nosotros otro laborioso escritor para combatir la idea del marqués de Mondéjar de que el castellano fue importado en Aragón por Fernando I: “Omes buenos, bien creemos que habedes sopido como en el principado de Cataluña no hay aquella abundancia de pan que seria menester."

Retrocediendo ahora al punto de donde nos han separado las crónicas de Jaime I y Pedro IV, y sin disimular, como imparciales, las no muy graves alteraciones que de copia en copia han podido pulir y mejorar el fuero de Sobrarbe, emprenderemos de nuevo la documentación castellana de Aragón, y a ese fin trasladaremos, de entre los muchos y muy curiosos documentos que hemos estudiado en el copioso archivo (33) de la Academia de la Historia, el siguiente que es de los partidos por el A B C y corresponde al año 1178. «Notum sit omnibus hominibus tam presentibus quam futuris quod ego frai Pedro dono a Garcia de Lecadin una peza per cambi, en t. (término?) Moiana de sobre el prado, per aquella que auie Garcia en Poio arredondo, et abet frontaciones ex parte horiente la petza de Bernart fornero, ex parte achilone la peza D'Urraca Alaues, ex parte meridiane la zezia, ex parte hoccidente la peza de Ramon de Ponzan: todas istas frontaciones includunt istam pezam.” Si no se concede que esto sea español, con el dejo latino imprescindible en aquella época y sobre todo en aquellos documentos, ha de confesarse que de esa mezcla estaba próximo a nacer el idioma de Castilla; que estaba ya rompiendo la envoltura de esa crisálida latina el romance vulgar que hoy conocemos.

Aun no corrido medio siglo, vemos otra escritura, perteneciente como la anterior a la Biblioteca de Salazar, en la cual el idioma aparece mucho más formado. “Esta es carta de destin que fago yo D.a Sancha de Rueda estando en mi seso e en mi memoria. Primeramientre lexo por mi alma el mi orto, quen sea tenuda lampada de noit e a las horas deuant el altar de Sancta Maria de Piluet por todos tiempos.... quen sean cantadas todos los años XXX misas por mi alma, e todo esto lexo-lo en poder de mi fillo D. Martin, que él que lo cumpla en sos dias, e depues sos dias que lo lexe a qui el querra que sea del linnage e que cumpala esto... e lexo a mi filla D.a Toda e a D. Garcia so marido el campo de la carrera de Tudela en paga de XVI cafices de trigo que me emprestaron, e lo al que finen quiten mis debdas e partanlo mis fillos. Esto fue feito en presenscia (presen-salto-sencia) de D.a Sancha Tarin e de D. Steuan el capellan e de otros buenos ommes, e fueron cabezaleros D. Johan de la Tienda e D. Fortuino Navarro.”

Después de este bien trabajado documento, fechado en 1225, encontramos otro muy poco más moderno, que si no nos permitimos incluir en el cuerpo de este discurso, por parecernos en sus dimensiones desproporcionado a nuestro objeto, tampoco no queremos omitirlo, porque muestra bien el progreso lento del idioma y aun ofrece algún interés en su contenido (34): pertenece también este documento a la Academia de la Historia y procede de un Cartoral del Monasterio de Beruela, o sea «Libro clamado la Privilegia donde estan insertos y continuados los privilegios papales y reales y otros actos y scripturas fazientes por el monesterio y conuento de ntra. senyora de Beruela."

Nuestras investigaciones sobre las bibliotecas y archivos de la capital de Aragón nos han manifestado sensiblemente la poca importancia, en general, de estos depósitos de nuestras antigüedades. Y, en efecto: la Biblioteca de la Universidad no contiene riqueza alguna a nuestro objeto ni otro ms. de verdadero valor literario sino un Cancionero lemosín con solo seis poesías castellanas de Pedro Torrella y algún otro, y aun esas por lo modernas (siglo XV) inútiles a nuestro objeto, cuyo Cancionero han descrito imperfecta y no muy fielmente los anotadores de Ticknor: la del Seminario sacerdotal, cerrada al público y a los curiosos, no conserva al parecer ni aun el códice que poseyó de los fueros de Sobrarbe: el archivo de la Diputación, que contuvo raras curiosidades, no guarda papeles anteriores al siglo XV en lo que permitía ser examinado cuando nosotros lo intentamos: el de la Catedral de la Seo tiene muy poco de accesible y aun menos de conocido.

Pero en el del Pilar, perfectamente organizado y registrado, sobre estar servido con aptitud y cortesía por el Sr. D. Diego Chinestra, después de haber visto con gusto algunas de sus numerosas escrituras en pergamino, y con admiración el ejemplar de los Morales de S. Gregorio mandado escribir en vitela a gran folio por el obispo Tajón, hemos acertado a encontrar una pieza de gran valor, códice incompleto pero estimable marcado con las indicaciones Al. 2, cap. 3, lig. 2, sub. n.° 28. - Consta de ocho hojas en pergamino y caracteres góticos, con las rúbricas de bermellón, buenas márgenes, letra al parecer del siglo XIV, encabezamiento más moderno que dice Quaderno de libro de fueros antiguos, y un contenido de cerca de veinte distintos fueros, los cuales se hallan encadenados después de cada rúbrica con la conjuntiva Item, y tratan de fianzas, compra de cosa hurtada, construcción de castillos, adulterio, homicidio, salario de los sirvientes, prescripción, prenda, posesión, testamento, retracto, hijos naturales, prole de los clérigos y otros puntos de interés.

No podemos pensar otra cosa de ese códice sino que es copia de los fueros del rey D. Jaime, tales cuales se redactaron en 1247, esto es, en castellano, y original por consiguiente (no el ms. sino el lenguaje) del texto latino a que en 1352 se redujeron muchos de ellos, según aparecen en la colección cinco veces impresa de nuestros fueros. Muévenos a esta opinión, antes que todo, la conformidad absoluta entre el texto del códice y el latino de los fueros impresos; y para que pueda juzgarse de ella y del códice mismo, confrontaremos dos trozos, que son los siguientes:


DE OME QUE TIENE E POSSEDEX POR XXX ANNOS ET UN ANNO ET UN DIA

Item. Qualque Infanzon o otro ome que ternan alguna heredat por XXX annos et un ano et un dia, passado aquest término et algun otro ome verra querra meter mala voz en aquella heredat, si aqel qui la posseder podrá provar que aqel qui la demanda entrava et exiva en aquella villa ont es la heredat, aqel qui la demanda non la puede conseguir por nenguna razon por fuero Daragon. Enpero si el possedidor podrá monstar so actoritat por scriptura valedora et quod ei sufficere et abundare sibi possit segunt el fuero...

DE PRAESCRIPTIONIBUS.

Quicumque Infantio vel alius tenuerit aliquam hereditatem pacifice per triginta annos et unum diem, et post transactum istum terminum alius homo quicumque sit miserit in illam malam vocem, demandando illam hereditaten, si ille qui possidet potequi probare sufficienter, quod ille qui eam demandat ingrediebatur et egrediebatur in villa illa ubi est hereditas antedicta, qui eam demandat non potest nec debet eam consequi ratione qualicumque secundum Forum Aragonium. Si tamen possessor poterit probare aut monstrare suam auctoritatem per scripturam sibi valituram et quod ei sufficere possit secundum forum salvo anno et die in suis casibus sicut continetur in foro anni et diei.

DE TOT SIRVIENT QUE DEMANDA SO SOLDADA ET EL SENNOR NEGARÁ, QUOMO DEVE SEDER.

Item. Tot ome servient qui será a servicio dalcum ome et demandara la soldada qual convinie con él por el servicio quel avra feito; et el sennor negara qel nol deve tanto quanto demanda; el sirvient jurando sobre libro et cruz, el senor devel dar entregament toda su soldada. (integrament, íntegramente)

DE MERCENARIIS.
Serviens conductilius qui non completo servitio petit a domino salarium; si dominus
tantum se debere negaverit quantum petit, jurante servo super librum et crucem quantitatem salarii quæ remansit, solvet ei dominus salarium remanens que quod petivit.

Otro de nuestros fundamentos es la grande analogía entre el lenguaje del referido códice y el que se usaba indubitablemente, no ya en tiempo del rey D. Jaime, sino aun por el mismo redactor de los fueros de Huesca, el Obispo Canellas, de quien cita un diligentísimo jurisconsulto (35) estas palabras: «donques al rey conviene ordenar alcaldes y Iusticias, et revocar quanto a eyll ploguiere, et poner a eyllos perdurablement, o aquillos entre los quoalls alcaldes siempre es establido un Iusticia principal en el Regno, el qual pues que fuere establido una vegada del seyñor no es acostumbrado de toyller tal Iusticia sin razon o sin gran culpa.»

Pareciéndonos de gran peso ambas razones, y no pudiendo suponer que sean los fueros de dicho códice ni una inexplicable traducción sobre el texto latino, cuando su lenguaje denota mayor antigüedad que la del tiempo de Pérez Salanova y López de Sessé (siglo XIV), ni un Manual trabajado por algún curioso, aunque este no dañaría a nuestro objeto filológico; deducimos que bien pudo ser aquel el texto primitivo de los fueros célebres de Huesca, y bajo este aspecto lo hemos presentado como muestra del lenguaje aragonés en la primera mitad del siglo XIII.

Al mismo intento trasladáramos, si nuestra diligencia nos los hubiese procurado, los muy antiguos romances aragoneses con que parece que piensa enriquecer su monumental Historia de la Literatura española el profundo literato D. José Amador de los Ríos; pero sin haberlos alcanzado, porque no hemos querido apelar a los vínculos del comprofesorado y la amistad que con aquel nos unen, y eso por no usurparle la primacía de examen ni privar al público de la superioridad de su crítica; nos parece que, aunque más remotos sean aquellos restos de nuestra antigua poesía, nunca han de serlo tanto como el códice que acabamos de citar. Y es que, a nuestro parecer, existió, en efecto, una antiquísima poesía popular anterior ciertamente al Poema del Cid, y tal vez, como otros dicen (aunque nosotros lo dudamos) historia poética de que hubo de servirse el autor de la Crónica general de España; pero los romances escritos y coleccionados, esto es, los que han podido llegar hasta nosotros, no pueden ser anteriores al siglo XIV, en la forma en que aparecen escritos, pues ni su lenguaje nos da siquiera esa antigüedad, ni aun racionalmente pueden tenerla, si se considera que, transmitidos por la tradición, habían de modernizarse constantemente (salvo en alguna expresión gráfica, proverbial o inolvidable), y si se atiende a que el primer Romancero (36) y aun algunos otros hubieron de recoger y reducir a publicidad la misma tradición oral, que ya sabemos cuán infiel suele ser aun en los hechos, y cuánto es forzoso que lo sea en el lenguaje.

Dando punto a esta digresión, en que nos detuviéramos con gusto si nos lo consintiera la naturaleza particular de este trabajo, recordaremos al lector la concordia, prohijación o afillamiento de D. Jaime de Aragón y D. Sancho de Navarra, documento que Zurita incluye para dar una muestra del lenguaje de aquellos tiempos (37); un instrumento de permuta que copia Villanueva en su Viaje literario a las Iglesias de España y es el IX en el Apéndice del tomo 3.° correspondiendo al año 1255 (38); y, dejando a un lado el testamento de Jaime I, (cuyo lenguaje, por lo mismo de ser tan acabado, podría parecer sospechoso de modernidad), el mismo Privilegio general, especie de compendio de los antiguos mal cumplidos fueros, redactado por las Cortes de Zaragoza (39) en 1283, otorgado y publicado a la letra con encabezamiento y pie latinos por Pedro III, declarado como en preguntas y respuestas por Jaime II en 1325, incluido con esa declaración en el cuerpo forense desde 1348, comentado o explicado de oficio por el Justicia Martín Díez Daux en sus Observancias y costumbres, y del cual, aunque todo es interesante, copiaremos el último artículo, que es como sigue: «Protiestan los sobreditos richos hombres, mesnaderos, caualleros, infanciones, ciudadanos e los otros hombres de las villas, de los villeros e toda la Universidad de todo el Regno de Aragon, que salvo finque a ellos, e a cada uno de ellos, e a cada una de las villas e de los villeros de Aragon toda demanda o demandas que ellos o cualquiere dellos pueden e deuen fer, asi en special como en general con priuilegios o con cartas de donaciones o de cambios, o con cartas o menos de cartas, cuando a ellos o a qualquiere dellos bien visto será que lo puedan al Señor Rey demandar en su tiempo e en su lugar.»
En lo que hemos, sí, de detenernos, no sólo por lo que hace a nuestro intento, pero aun por la importancia
historial y política de su contenido y sobre todo de su hallazgo, es en los Privilegios de la Unión, que otorgados por Alonso III en las Cortes de Zaragoza el año 1287 y conservados dichosamente en el antiguo monasterio de Poblet, pasaron de él a la Biblioteca nacional y después a la de Cortes y fueros del Congreso, habiendo entrado por fin, va para unos seis años, en el dominio de la Academia de la Historia.

Dichos Privilegios existen, con otros documentos relativos al mismo asunto, en un códice en folio menor, letra del siglo XIII, sobre papel inconsistente y grueso con anchas márgenes escritas a trechos por Zurita, rotulado exteriormente Escrituras de los reyes de Aragon D. Pedro III y D. Alonso III y de las Uniones de Aragon y Valencia y

señalado con T. CL. M. 139; habiendo venido afortunadamente en comprobación de su siempre apreciable texto los Comentarios autógrafos de Blancas, escritos según el primer pensamiento del autor y bajo de el primitivo título In fastos de Justiciis Aragonum Commentarius. - Porque es de advertir que, entre el autógrafo y la edición que conocemos impresa, existen algunas curiosas variantes, o mejor, algunas diferencias nacidas de la poca libertad con que pudo proceder el autor a la publicación de su trabajo; siendo uno de los pasajes suprimidos el que corre por las márgenes del manuscrito, relativo a la fórmula del juramento de nuestros reyes, el cual nos fue dado a conocer la vez primera por el Sr. Lasala en su impugnación a la citada obra de Quinto (40) y fue después aprovechado por el Sr. Foz en su Gobierno y fueros de Aragón (1850); y siendo otro el que se refiere a los Privilegios de la Unión, de los cuales dice en la obra impresa que se conservaban en la biblioteca del Arzobispo (D. Fernando), pero que él no insiste en exponerlos, todavez que nuestros mayores decretaron unánimemente el que no se hiciera más memoria de ellos, no ya como leyes del reino, non ex patrio more atque institulis solum, sino aun como obra literaria, sed ex privatis etiam litterarum monumentis delendam, lo cual no le retrajo sin embargo de trasladarlos cuidadosamente a su manuscrito, comunicados que le fueron por Zurita.

El códice contiene todo el texto íntegro de cuantos documentos oficiales se extendieron y cuantas diligencias se practicaron en el asunto de tan famoso privilegio; y bajo este aspecto parece una acta, proceso o protocolo contemporáneo, aunque sin autorización de firma, rúbrica, sello ni signo alguno; pero con la severidad de formas, la igualdad de lenguaje, la textualidad de documentos, el enlace completamente curial entre cada uno de estos, y la imparcial, fría y monótona marcha de un registro oficial, y no de una relación literaria verificada con presencia de la documentación.

Confiándonos a la indulgencia del lector, que no puede faltarnos cuando se trata de darle a conocer un importantísimo códice hasta hoy inédito, vamos a permitirnos un extracto algún tanto detenido, que ponga de manifiesto toda de la tramitación de este ruidoso acontecimiento, así como el lenguaje usado en aquella época, el cual, por pertenecer a tiempos demasiado provenzales, adolece de algunos resabios de este idioma y puede servir para dar a entender toda la influencia catalana sobre la lengua de Aragón.

Ábrese el códice con el extracto de las cortes de Tarazona en que se dijo al rey que tratase con ellas de la guerra de Francia y demás asuntos de Estado, a lo cual contestó desenfadadamente en 1.° de setiembre de 1283 que entro ad aquella ora por si auia feito sus faciendas, e que agora no hi queria ni hi auia mester lur conseillo: replicáronle

que les confirmase sus privilegios, y les satisfizo diciendo que no era tiempo de facer tal demanda, que ell entendia dar batailla a los franceses, e, passado aquel feyto, que ell que faria lo que deuiese contra ellos, y estos, entendientes et vidientes el gran periglo al que el sobredito senyor Rey queria sponer assi (á sí) e a ellos, vedientes e encara entendientes que todos, grandes e chicos, sedian con crebantados corazones, e vidientes que omme senes fuero e desafurado non puede auer bon corazon de seruir aquell senyor, et considerantes las non contables opresiones e desafforamientos que recebidos auian e que recibien cada dia por el dito senyor rey e por sus officiales judios e judgues dotras lenguas e naciones, e atendiendo que reyal piadanza endrezasse e millorasse las sobreditas cosas mal feytas, cada dia peor auan e uenian de mal en peior absorviendo la sague e la substancia de las gentes, parziendo tan poco al mayor como al menor; considerantes que fairan muy gran crueldat si piedat non auran de ssi mismos.... gracia despiritu sancto vino sobre los nobles riccos-ommes e sobre todos los otros auant ditos e enflamoles todos los corazons en I hora e en I moment que todos ensemble jurasen demandassen e que mantuuiesen fueros, costumpnes, usos, priuilegios, franquezas, libertades e cartas de donaciones e de camios, aquellas que auian auidas con su padre el Sr. rey don Jayme e con los otros sus antecessores e deuen aun: e todos ensemble juráronse en la forma que seguexe. - En esta jura se dice que el traidor a la Union sea destruido en su cuerpo y bienes, salua la fe de senyor rey, e de todos sus dreytos, e de todas sus regalías; que si por esta jura él procede sin juicio contra alguno le defiendan todos; que si manda prenderlo o matarlo sin sentencia del Justicia, los de la jura no lo tengan por rey, llamen a su hijo Alonso, et el dito D. Alfonso con ellos ensemble encalcen e geten de la tierra al sobredito rey. (gitar)

Preséntanse en las cortes de Zaragoza varias quejas, unas de los nobles despojados de sus derechos (en treinta capítulos entre ellos el de las cortes anuales), otras por parte de los jurados y procuradores de la ciudad de Zaragoza, otras por los de Huesca, Jaca, Alcañiz etc.; y en vista de ellas el dito senyor rey con grant piedat, quiriendo contornar su cara contra su poble e obedir las sus justas e dignas pregarias e demandas, confirmó fueros, usos y costumbres y expidió el Privilegio general, el cual va seguido del otorgado a Valencia (ciudad que cuando fue ganada, se mantuvo algún tiempo a fuero de Aragón) y de los de Ribagorza y Teruel.

Reunidos todos en la Iglesia de S. Salvador (catedral de Zaragoza) (la Seo, donde se coronaban los reyes y reinas de Aragón) innováronse en octubre las juras hechas en Tarazona, diéronse algunos castillos en rehenes, eligiéronse conservadores que mantuviesen la tierra en buen estado, e hízose un ordenamiento de la Unión que fue reformado en 8 de diciembre; después de lo cual se mandaron al rey dos embajadas, a las cuales contestó por escrito desde Barcelona y Lérida ofreciéndose a venir pasada la Pascua a Zaragoza; mas, como no lo ejecutara, remitiósele una lista de peticiones, mientras se enviaba a Roma una embajada compuesta, entre otras personas, de dos jurisconsultos.

Después de algunas peticiones y de la confirmación del fuero general, rogó y mandó el rey a los unidos que concurriesen para el día de S. Juan de 1284 a Tarazona, y, porque el rey no había cumplido con lo que les tenía ofrecido, ni restituido las spoliaciones feytas (11), ellos expusieron por escrito su negativa (a la cual contestó el rey) y se reunieron en S. Salvador el 31 de enero de 1285, pasando en marzo a Huesca y después a Zuera, en donde, por contumascia del dito senyor rey, dio el Justicia sentencia sobre las querellas presentadas, y esto fue a 3 de abril de 1285. Y dióla también sobre las que en adelante se fueron presentando, que fueron muchas, ya de ciudades ya de particulares, algunas hasta para averar infanzonías.

Murió el rey a la sazón, mientras su hijo Alfonso se hallaba en la conquista de Mallorca, y habiéndose sabido que este se titulaba rey, y hacía como tal donaciones y otras cosas, se reunieron córtes en Zaragoza el día de S. Valero de 1286 (ya las hubo antes en diciembre, pero sólo trataron de contener a los ladrones y malhechores que molestaban el reino), y acordaron decirle que viniese a jurar a Zaragoza, y para esto enviaron mandaderos que se lo expusieran de palabra, y non leuassen carta de criencia ni otra carta ho escripto en que ell fuese clamado por el regno rey ni infant:
el rey contestó que el arzobispo de Tarragona y los nobles de Cataluña le llamaban rey en sus cartas, e pues ellos clamauan a él rey, non semeyllaba que él se deuies clamar Rey Infant, pero ofreció jurar en Zaragoza y lo hizo en un domingo a 15 de abril. El siguiente día, para evitar los muytos desordenamientos de la casa del rey, e al pro suyo e del regno catar, solicitóse la reforma de ella a lo cual negóse el rey y se partió para Alagón. En vano fue que se le requiriera para que volviese a Zaragoza y enmendase todos los daños causados a los fueros y a las personas, en vano que expidieran tras él las cortes de Zaragoza (fol. 171) los consejeros que hubieran de seguir al rey hasta que concediera las demandas; todo lo que se adelantó, después de dos
mandaderias o embajadas, fue que desde Valencia citase a cortes para Huesca, después de lo cual todavía se repitieron cuatro mandaderías (42) una de ellas sobre las vistas que D. Alfonso había tenido fuera del reino con el rey de Inglaterra; y, por fin, temiendo la mala voluntad del de Aragón, enviaron embajadas para demandar alianza a la Eglesia de Roma, al rey de Francia, al de Castilla y aun a los moros (fol. 95); pero el rey se dirigió a Tarazona en setiembre de 1287, prendió a unos, ahorcó a otros y movió una guerra desastrosa, que por su mismo mal carácter excitó a unos y otros a la avenencia. El Rey deputó al prior de la orden de predicadores en el convento de Zaragoza para tratar con los unidos que estaban convocados en el fosal de Santa María y le dio una credencial en que decía que siempre quiso et quiere paz (e) concordia entre sí e sos gentes sobre todas las cosas del mundo, pero que los nobles ficieronle muytas demandas e podiéronle muytos donos, los quales si el otorgado los ouiesse seria muyt gran danyo e minguamiento del regno (fol 98.) Así empezaron los tratos, y los unidos nombraron personas que pidieron enmienda de los castigos de Tarazona y de los males de la guerra que el rey mouio á su cuelpa e á su torto, que reclamasen la restitución de su vispado al de Zaragoza, el pago de atrasos a los mesnaderos y la admisión en su consejo de las personas nombradas por la Unión, y que le hiciesen entender, que si procedía contra alguno de la jura, de aquella ora adelan no lo tiengan ni lo ayan por rey ni por senyor... é puedan fer otro rey e senyor cual querran sines blasmo e sines mala fama.

Con todo esto condescendió el rey, y entonces fue cuando otorgó el famoso privilegio de la Unión cuyo texto es a la letra el siguiente (fol. 101 v.to):

«Sepan todos que nos D. Alfonso por la gracia de Dios rey de Aragon de Mayorchas, de Valencia, compte de Barcelona, por nos e por nuestros sucessores que por tiempo regnaran en Aragon, damos e otorgamos a uos nobles D. Fortunyno por aquella misma gracia vispe de Zaragoza, D. Pedro Seynnor d Ayerbe tio nuestro, D. Exeme d Urreya, D. Blasco de Alagon, D. Pedro Jurdan de Penna seynnor de Arenoso, D. Amor Dionis, D. G. de Alcalá de Quinto, D. Pedro Ladron de Vidaure, D. Pedro Ferriz de Sesse, Fortun de Vergua Sr. de Penna, D. Gil de Vidaure, D. Corbaran Daunes, D. Gabriel Dionis, Pero Ferrandez de Vergua sennyor de Pueyo, D. Xemen Perez de Pina, D. Martin Roiz de Foces, Fortun de Vergua de Ossera e a los otros mesnaderos, caualleros, infanzones de los Regns de Aragon e de Valencia e de Ribagorza agora ajustados en la ciudad de Zaragoza, e a los procuradores e a toda la Universidad de la dita ciudad de Zaragoza, assi a los clérigos como a los legos, presentes e auenidores. - Que nos ni los nuestros sucesores que en el dito regno de Aragon por tiempo regnaran, ni otri por mandamiento nuestro, matemos ni estemos (debe decir estememos), ni matar ni estemar mandemos ni fagamos, ni preso o presos sobre fianza de dreyto detengamos ni detener fagamos, agora ni en algun tiempo, (á) alguno o algunos de uos sobreditos ricos omes, mesnaderos, caualleros, infanzons, procuradores e universidat de la dita ciudad de Zaragoza, asi clérigos como legos, presentes e auinideros: ni encara alguno o algunos de los otros ricos ommes, mes., ca., inf. del regno de Aragon, del regno de Valencia, e de Ribagorza, ni de sus sucessores, sines de sentencia dada por la justicia de Aragon dentro en la ciudad de Zaragoza, con conseyllo e atorgamiento de la cort d Aragon o de la mayor partida clamada e ajustada en la dita ciudad de Zaragoza. - Item damos e otorgamos a los ommes de las otras ciutades, villas, e villeros, e logares de los ditos regnos de Aragon e de Ribagorza, e a sus successores, que non sian muertos, ni estemados, ni detenidos sobre fianza de dreyto sines sentencia dada por los justicias de aquellos logares por que deuan seer jutgados segunt fuero, si doncas no será ladron o ropador manifiesto qui será trobado con fuerto e con roparia, o traidor manifiesto. Si por auentura algun justicia o offiicial contra aquesto fara, sia dél feyta justicia corporal. Et a obseruar, tener, complir e seguir el present priuilegio, e todos los sobreditos capitoles o articlos, e cada uno dellos, e todas las cosas, e cada una en ella e end cada uno dellos contenidos, e non contrauenre por nos ni por otri por nuestro mandamiento, en todo o en partida, agora ni algun tiempo; obligamos e ponamos en tenencia e en rahenas a uos e a los vuestros sucessores aquestos castiellos que se siguen (son diez y siete, entre ellos Uncastillo, Malón, Rueda, Daroca, Huesca y Morella), jus tal condition que si nos o los nuestros sucessores que por tiempo regnarán en Aragon faremos ho veniremos en todo o en partida contra el dito priuilegio e contra los sobreditos capitoles o articlos e las cosas en ellos e en cada uno dellos contenidas, que daquella hora adelant nos e los nuestros ayamos perdudo por á todos tiempos todos los ditos castiellos, de los quales castiellos uos e los uuestros podades facer e fagades a todas uuestras propias voluntades assi como de uuestra propia cosa, e dar e liurar aquellos castiellos si querredes a otro rey e seynnor, por esto, por que si, lo que Dieus non quiera, nos o los nuestros sucessores con(tra)uiniessemos a las cosas sobreditas en todo o en partida, queremos e otorgamos e expressament de certa sciencia assi la ora como agora consentimos que daquella ora a nos ni a los sucessores ni (en) el dito Regno de Aragon non tengades ni ayades por Reyos ni por seynnores en algun tiempo, ante sines algun blasmo de fe e de leyaldat podades facer e fagades otro Rey e Seynnor qual querredes e don querredes, e dar e liurarle los ditos castiellos e a uos mismos en uasallos suyos, et nos ni los nuestros sucessores nunca en algun tiempo a vos ni a los sucessores demanda ni question alguna uos en fagam, ni facer fagamos, ni end podamos forzar, ante luego de present por nos e por nuestros sucessores soldamos diffinidament e quanta a vos e a uuestros sucessores de fe, de jura, de naturaleza, de fieldat, de seynnorio, de vassallerio e de todo otro qualquiere deudo de vassayllo o natural deue, e y es tenido a seynnor en qual quiera manera o razon. E todos los sobreditos articlos o capitoles, e cada uno dellos, todas las cosas e cada una en ellos e en el dito priuilegio contenidos, atender, e complir, e seguir e obseruar a todos tiempos e en alguno no contrauenir por nos e los nuestros sucessores juramos a uos por Dios e la cruz e los sanctos euangelios delante nos puestos e corporalment tocados. - Actum est Cesaraugusta V Kal. jan. anno domini MCCLXXX septimo. = Signum Alfonsi dei gracia reg. Aragonum, Mayoric. et Valenc. ac Comes Barchin. - Testes sunt Artal Rogerii Comes Pallyariensis, P. Ferdinandi dominus de Ixar patruus predicti domini Regis, G. de Anglaria, Br. de Podio viridi, Petrus Sesse. - Signum Jacobi de Cabannis scriptoris da. domini Regis, et de mandato ipsius hoc scribit, fecit et clausit loco, die et anno prefixis."

Del otro Privilegio que también se otorgó, conforme con el anterior en su lenguaje y en casi todo su contenido formulario, y por lo demás extractado también en el cap. 97 del libro IV de los Anales de Zurita, sólo copiaremos el principio porque en él se dan a conocer las libertades que allí se consignaron «...Que daqui adelant nos e los sucessores nuestros a todos tiempos clamemos e fagamos ajustar en la dita ciudad de Zaragoza una uegada en cada un año en la fiesta de todos sanctos del mes de noviembre cort general de aragoneses, e aquellos que a la dita cort se ajustaran ayan poder de esleyr, dar et assignar, e eslian, den e assignen conseylleros a nos e a los nuestros sucessores, et nos e los nuestros sucessores ayamos e recibamos por conseylleros aquellos que la dita cort, o la part della concordant a aquesto, con los jurados o procuradores de la dita ciudad esleyran, daran e assignarán a nos e a los nuestros sucessores, con cuyo conseyllo nos e los nuestros succesores gouernemos e aministremos los regnos de Aragon, de Valencia e de Ribagorza... los quales conseylleros sian camiados todos o partida de ellos quando a la cort uisto será, o a aquella part de la cort con la qual acordaran los procuradores o los jurados de Zaragoza. Item damos, queremos e otorgamos a uos que nos ni los nuestros sucessores, ni otri por nuestro mandamiento, non detengamos prisos, embargados ni emparados sobre fianza de dreyto heredamientos ni qualesquiere otros bienes de vos sobre ditos nobles etc. sines de sentencia dada por la Justicia de Aragon dentro en la ciudat de Zaragoza, con conseyllo expresso o otorgamiento de la cort de Aragon clamada e ajustada en la dita ciudat de Zaragoza."

El códice continúa documentando la entrega del príncipe de Salerno, como en rehenes, mientras se hacía la de los castillos; la entrega de estos; la obligación de los rehenes; la embajada que se dirigió al rey (por no haber concurrido para el día de S. Matías de 1788) (1288) diciéndole que, si no venía para el de Ramos, aurian a demandar e cerquar conseyllo e ajuda de quiquiera e en qualquiera manera que antes e meyllor trobar lo puedan... la qual cosa si an de fazer les pesara muyto de corazon, porque non querrian, si Deus e el Sennor rey quissies, tener ni seguir otra carrera que la suya; las corles que celebraron los unidos en Zaragoza en 1289 y la mandadería que de ellas resultó; el ordenamiento que hicieron, en fuerza de no haber cumplido el rey con lo pactado, juramentándose para entregar los castillos a otro señor o señores, pero reservándose el derecho de volver a la obediencia del rey, si este segunt la forma del priuilegio enmendara e complira todas las sobreditas cosas que por él fallecidas son, et fará todo aquello que a facer; las quejas dadas al rey en la Iglesia de San Salvador; el juramento que prestó; los consejeros y oficiales de su casa que le señalaron y las deliberaciones que tuvo su consejo; con lo cual, al fol. 126, explicit liber constitutionum tocius Regni Aragonum et Regni Valentie et Ripacurtie (43).

Después de tan fuertes pruebas como hemos dado acerca de la formación y progreso del idioma español en Aragón, principalmente en aquellos siglos en que pudo ser dudoso lo que a nosotros se nos presenta de todo en todo incontestable, ya no pueden tener interés los documentos con que arrastremos lánguidamente nuestro examen hasta la reunión de las coronas aragonesa y castellana.

Pudiéramos citar una escritura en favor del monasterio de Piedra 1260, un mandato oficial de Tarazona para cobro de décimas 1290, y otros papeles de 1303, 1304 y 1305 que hemos visto originales; una escritura de la misma década que se halla en el archivo del Pilar en que se lee “do a treudo a vos D. Pedro Sessa todo el heredamiento yermo e poblado que la dita cambra ha e auer debe por cualquiere manera o razon en la uilla de Lompiache e en término de Rueda, y es a saber, un casal en términos de Rueda que afruenta con la talliada de Lompiache, e con campo de Santa Maria”; las Ordinaciones expedidas en 1320 a favor de los Notarios del número de Zaragoza, a cayo archivo pertenece el apreciable códice que hemos visto (44); las Ordinaciones para la coronación de nuestros reyes que, trasladando un códice de la mitad del siglo XIV, incluyeron los SS. Salva y Baranda en el tomo XIV de su Colección; las cartas-pueblas de 1360, 67 y 69 que, con otras en latín y en lemosín, publicaron los mismos editores en el tomo XVIII; las piezas que lleva publicadas la Academia de la Historia en su Memorial histórico; la institución testamentaria de un beneficiado en la parroquia de S. Miguel (1352), las treguas ajustadas en 1357 entre Pedro IV y Albohacen (45), y la declaración sobre el compromis de D. Juan Fernández de Heredia (1368), cuyos documentos se hallan en el archivo de la Audiencia de Zaragoza, escaso en general de los anteriores al siglo XV; la nota escrita al frente de un libro compuesto antes de 1382 por D. Juan Pérez de Mugreta y copiada por Latassa en el tomo II de su Biblioteca antigua; las palabras que de D. Juan I nos traslada Blancas en sus Comentarios y el discurso de la corona pronunciado por D. Martín en 1398.

Entrado el siglo XV, ya el punto que debatimos ofrecería toda la evidencia imaginable, y a la verdad ni aun lo traeríamos a cuento si no fuera por continuar la materia hasta la definitiva reunión de las coronas; pues por lo demás, es ya muy poco lo que hacen a nuestro intento, así la proposición y el juramento de Fernando I que se conservan íntegros, como la hermosa carta de Juan II escrita en la víspera de su muerte a su hijo D. Fernando el Católico, como la mucho más famosa del Justicia Giménez Cerdán, como las obras del Infante D. Enrique de Aragón, autor o digamos traductor del Isopete hystoriado, como las del príncipe de Viana a quien debemos naturalizar en Aragón para nuestro objeto, como las del poeta Pedro Torrellas y el famoso Pedro Marcuello, de cuyo prosaico pero muy curioso poeta se conserva el ejemplar manuscrito de un libro de devociones, todo en coplas de arte menor, que dedicó y entregó a los reyes católicos en 1482 (46).

Para terminar esta, que es la primera parte de las dos en que dividimos nuestro trabajo, no será inútil añadir algunas líneas acerca del reino de Navarra, cuyas analogías con el de Aragón son bajo más de un aspecto reparables. Los orígenes de la reconquista fueron a la verdad idénticos en ambas comarcas, habiendo lidiado unos y otros en las montañas, que los árabes llamaban indistintamente tierra de Afranc, y habiendo contribuido de consuno a la creación de la nueva monarquía con las limitaciones que ya son de todos conocidas. Viniendo a más claros tiempos, se sabe que Alonso el Batallador dio fueros aragoneses a un gran número de pueblos de Navarra, concediendo a Tudela el privilegio zaragozano de Tortum per tortum, que consistía en la facultad de desagraviarse cada uno a sí propio, y otorgando a la misma villa y a todo lo que hoy es su merindad el fuero de Sobrarbe, que más tarde se convirtió en fuero general de Navarra. También es cierto que aunque este no pertenezca en su lenguaje a la época de D. Ramiro a quien algunos refieren su confección, fue por lo menos arreglado en castellano para los navarros en el siglo XIII, copiado para la reina el año 1316 con los de Jaca y Estella en idioma de Navarra, confirmado repetidas veces a algunos pueblos aun en el siglo XVI, impreso muy tarde en 1686 y 1815, con supresión de ciertas penas y pruebas demasiado bárbaras o indecentes, y observado en mucha parte (47) hasta nuestros días, siendo todavía frecuente en los escribanos el extender los contratos matrimoniales a fuero de Sobrarbe (48). Igualmente se dio a algunos pueblos, pero en latín, el famosísimo de Jaca, concediéndose ya en 1129 a los francos que poblasen el Burgo de San Saturnino en Pamplona y todavía en 1497 a Santisteban de Lerín.

Y si a todo esto agregamos las afinidades que habían de imprimir entre
alto-aragoneses y navarros sus mismas montañas al norte y su misma ribera al mediodía; sus hermandades establecidas en los siglos XIII, XIV y XV; su casi idéntica legislación; sus iguales condiciones e intereses durante la reconquista; su común origen monárquico, cuando no (como aconteció también) sus mismos reyes; su compañerismo en las más notables empresas, como en las batallas de las Navas y Alcoraz, y finalmente su mutuo comercio, en que se sabe que Zaragoza surtía a Navarra (como consta de documentos pertenecientes al siglo XIV) de artífices, físicos, medicamentos y aun toreadores; fácilmente se convendrá en la perfecta conformidad de su lenguaje, respecto del cual podrían ser comunes todas las observaciones que llevamos hechas, debiendo añadir solamente que, a pesar de hablarse el vascuence en muchos pueblos, el lenguaje oficial fue sin embargo el castellano, sin que de aquel idioma primitivo exista un solo monumento ni en el archivo de la Cámara de Comptos ni en el de la Diputación de Navarra. (El estudio del vascuence ha adelantado mucho desde la fecha en que Borao escribe)

Pues bien: si se concede a este reino la analogía que de hecho tiene con el de Aragón (49), y si partiendo de ahí son lícitas las pruebas que de él emanen para confirmar las que llevamos expuestas, entonces podemos asegurar que, aparte las obras poéticas del gusto e idioma lemosín (50), en lo demás todo conduce a demostrar que Navarra sintió la influencia aragonesa y que allí no se usaron los idiomas latino, lemosín, francés ni vascuence, sino sólo el castellano desde que tuvo nacimiento. Cuantos documentos hemos examinado nos han conducido a esa misma conclusión: hemos observado que hasta la mitad del siglo XII no hay un solo documento que no sea latino; que desde entonces se ha usado con preferencia al latín y con exclusión de otros el romance puro; que el fuero general de Navarra, el cual tiene pasajes tomados a la letra del de Sobrarbe, entre ellos el prólogo y el artículo I sobre la elección de rey, ofrece una muestra del lenguaje ya bastante formado que se usaba en la primera mitad del siglo XIII; que en las donaciones, privilegios y demás instrumentos públicos hay absoluta analogía con las prácticas y el lenguaje de Aragón hasta en las fórmulas o rúbricas curiales; que esto no se verifica sólo en los pueblos comarcanos al reino de Aragón, como Tudela, Cascante (51) y otros de esa merindad, sino aun en los más avecindados al Pirineo, y por consiguiente más sometidos a la influencia francesa o vascongada; que es finalmente en casi todos ellos tan idéntico con el de Aragón el dialecto familiar, como que apenas hay palabra o frase que no les sea perfectamente común, observación que hemos hecho prácticamente recorriendo el reino de Navarra antes y después de formar nuestro Vocabulario, pero que no puede hacerse sobre el Diccionario de las palabras anticuadas que contienen los documentos de Navarra (por D. José Yanguas 1854), en donde, si bien se hallan explicadas cerca de mil quinientas voces, son simplemente anticuadas a nuestro entender (esto es corrientes en los documentos de Castilla) muy cerca de mil de ellas, siendo curiosas y dignas de estudio (algunas por su origen francés) unas cuatrocientas, y no llegando a cuarenta (52) las que, como verdaderamente aragonesas, habíamos incluido ya nosotros en nuestro vocabulario.

Queda pues demostrado con la historia de Aragón, y comprobado con la de Navarra, que en estos reinos tuvo el idioma español las mismas vicisitudes y épocas que en Castilla, a quien venció bajo más de un aspecto, sin que nunca hayan existido ni existan hoy mismo sino aquellas diferencias naturales entre provincias que cultivaron diversas relaciones, que mantuvieron entre sí por más o menos tiempo cierto forzado aislamiento, y que en algún modo conservaron su carácter tradicional y con él algunos resabios y modismos; pues, como dice el anónimo autor (Juan de Valdés) del Diálogo de las lenguas, “cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras propias de decir, y es así que el aragonés tiene unos vocablos propios y unas propias maneras de decir, y el andaluz tiene otros y otras...”

Parte 2

DVA, Gerónimo Borao, introducción, 2

II.


A este examen vamos a dedicar el resto de nuestra tarea, procurando señalar la procedencia de algunas palabras, legitimando en lo posible su uso, probando que a su invención ha precedido instintivamente el mejor juicio, y manifestando que no son barbarismos de gente inculta, sino a veces primores que el idioma castellano debiera prohijar (53)
o no haber abandonado. Entiéndase que para la formación de este discurso, así como para la del Diccionario que le sigue, hemos de servirnos, en cuanto nos sea dable, de escritores aragoneses, de anuncios e inscripciones oficiales, de avisos impresos, de la conversación de personas cultas, y sólo en donde todo esto no alcance, del habla común de los aragoneses. No abultaremos, pues, el vocabulario ni la crítica con palabras de las que frecuentemente se improvisan pero no se extienden ni se hacen permanentes: tampoco no lo haremos con las locuciones latinas usadas por nuestros foristas como ne pendente apellatione, artículo de toliforciam, sentencia de lite pendente, neutram y otras, pues aunque sabemos que la Academia incluye algunas locuciones latinas, de antiguo castellanizadas, no le hace, y esto con su habitual prudencia, sino cuando son del dominio general y no del tecnicismo de una ciencia; ni tenemos por verdaderamente aragonesas, aunque de uso particular de nuestros escritores, algunas libertades derivadas del idioma castellano, como tierra baja para denotar cierta comarca de la derecha del Ebro y alto Aragón para denotar la de la izquierda, turbante en sentido del que turba, comisante por el que comisa y adminiculado de adminicular, voces usadas por Larripa; adrezar que dice Blancas; catedrero que consignan los Gestis de la Universidad de Zaragoza; consimile por semejante; reforme por reforma y tisiquez por tisis, que hemos leído en otra parte; caminos circunstantes que también hemos visto usado; membranáceo que dice no mal, en lugar de membranoso, el racionero Latassa; comisarios (54), cercenadores, lugar tenientes y otros cargos que no puede especificar el Diccionario de la lengua y que sin embargo son corrientes en los tratados de legislación aragonesa.

Procedemos en este punto con tal cautela y tan desapasionadamente, que ni damos cabida a algunas palabras (55) por el solo hecho de hallarse en nuestros autores y no en el Diccionario de la Academia; ni incluimos otras que son explicadas como aragonesas por algunos escritores pero que en el Diccionario oficial figuran como castellanas, tales son universidades, gramalla, pedreñal y otras varias; ni acrecemos mucho nuestro Vocabulario con otras cuya definición académica no tiene el alcance de los textos aragoneses como en aquellas hermosas palabras de la Unión “porque non querrian, si Deus e el seynor rey quissies, tener ni seguir otra carrera que la suya;”
ni aun reputamos como aragonesa la palabra dosel usada en las coronaciones de Blancas y calificada como esencialmente aragonesa por él y su comentador el cronista Andrés, el cual para su mejor inteligencia se refiere, bien inoportunamente por cierto, al Tesoro de Covarrubias y al Comento del Polifemo, escrito por García Coronel, cuyos autores no le dejan muy airoso con sus declaraciones.

Lo mismo hemos practicado con algunas palabras puramente lemosinas o catalanas como mateix, res, tantost, apres, nueyt, muyto, destrenyer (acosar), los adverbios en ment o mientre, y con mucha más razón cercar por buscar que usa el Códice de los Privilegios de la Unión, y environar por cercar que dijo el rey D. Martín en la famosa oración con que abrió las cortes de 1398. Hemos también omitido algunos de los muchos tributos o pechas que en documentos latinos aparecen, pero que no creemos del todo aragoneses, como plantáticum que se pagaba por echar el ancla, plateaticum por pasar las plazas, porcagium por los cerdos, salinaticum por la sal, portulaticum y tavitáticum por las naves, etc.; y también algunos de los oficios de la casa real, como subbotellerius, subfornarius, sobrecoch (jefe de la cocina) (Koch, alemán “koj”: cocinero; inglés cook “kuk”) y otros varios, si bien con esta ocasión enumeraremos los que se hallan discernidos en las Ordinaciones de la Real casa de Aragón, compiladas por Pedro IV en idioma lemosín el año 1344, (están en historia-aragon.blogspot.com , son parte de la colección de los Bofarull) traducidas al castellano en 1562 por el protonotario (protonario en el original; prothonotari en un texto del Ceremonioso: https://historia-aragon.blogspot.com/2019/12/offici-sagelladors-scrivania.html )
D. Miguel Climente de orden del príncipe D. Carlos y dadas a la estampa en Zaragoza año de 1853 por D. Manuel Lasala, cuyos oficios (que decíamos) son, dejando a un lado los de uso y nombre más conocidos, los de botilleros mayores y comunes, aguador de la botilleria, panaderos mayores y comunes, escuderos trinchantes, argentarios o ayudantes de cocina, menucier o repartidor, escuderos que traen los manjares, comprador, cazadores o perreros, sobreacemilero y sotacemilero, tañedores, escuderos y ayudantes de cámara, guarda de las tiendas, costurera y su ayudante, especiero, barrendero y lavador de la plata, hombres del oficio del alguacil (jusmetidos a él para aprender criminosos), mensajeros de vara o vergueros, escalentador de la cera para los sellos pendientes, selladores de la escribanía, promovedores, enderezadores de la conciencia, sotaporteros; servidor de la limosna
(almoyna) y escribano de ración que era a manera de contador o tenedor de libros.

Con igual economía hemos obrado al examinar el Índice donde se declaran algunos vocablos aragoneses antiguos, el cual, aunque trabajado por el insigne Blancas; si bien contiene doscientas nueve voces, pero trae muy pocas rigurosamente aragonesas; y aun por eso no hemos incluido de entre ellas sino diez, habiendo despreciado las que nos han parecido castellanas antiguas, que son las más, y habiendo renunciado no sin pena a algunas otras que no dejan de tener semblante aragonés, como son aconsegüexca alcance, bellos ricos, boticayx bofetada, camisot alba, caxo mejilla, desconexenza ingratitud, esguart cuenta, guarda-corps sayo, las oras entonces, lunense apártense (luny, lluny, alunyar, allunyar; chap. llun), meyancera medianía, ont por esto, pertesca parta o tome, pertaña toma, rengas riendas, sines sin, vaxiellos vasos, umplie llenó, izca salga (ixca, ixir, eixir; exitus).

Esa misma parsimonia, pero mucho más fundada, nos ha guiado en cuanto a las palabras castellanas que Ducange define en su Glosario (56), apoyado en documentos aragoneses, cuales son, entre otras, acémila, albarda, alodial, arada, armador, azcona, bandosidad, cabezalero, cahiz, corredor, escombrar, espera, fincar, jurista, malatia, maleta, mayoral, mezclarse, parral, pérdida, perdidoso, quilate, quitación, rastro, realengo, renegado, saca, salva, sesmero, sobreseimiento, soldada, sollo, tapial, taza, timbre, tornadizo y trepado (57). Y si contra este nuestro sistema de conceder a Castilla cuanto la Academia le atribuye (sea cual fuere el verdadero origen de las voces), damos cabida a las ciento o algunas más académicas que Peralta incluye en su Ensayo de un Diccionario aragonés castellano, es, no tanto por ser ellas de más uso, si ya no de procedencia aragonesa, cuanto por respetar, como base de nuestro Vocabulario, el primer trabajo que se hizo en ese género; mas, así y todo, las señalamos, para descargo de nuestra responsabilidad literaria, con una letra particular que las distinga, y esto nos permite marcar asimismo las que como aragonesas o provinciales incluye la Academia y las que se deben exclusivamente a nuestra tal cual diligencia.

Pero no hacemos tanto, antes las excluimos por completo, con muchas de las voces que en sus respectivas obras de historia natural escribieron dos insignes botánicos, Bernardo Cienfuegos en los primeros años del siglo XVII y D. Ignacio de Asso (zaragozano) en los últimos del XVIII. Este, sobre todo, a quien se deben muy curiosos y eruditos tratados sobre las producciones, las ciencias, las leyes, la economía política y aun la literatura de Aragón, tuvo la advertencia de consignar, lo mismo en su Synopsis stirpium indigenarum Aragoniae (1779), que en su Introductio ad Oryctographiam et zoologiam Aragoniæ (1784), las voces puramente aragonesas con que se designaban y todavía se designan en el país (que recorrió herborizando y estudiando su suelo y los animales que le pueblan) los objetos sometidos a su descripción. En consecuencia de su plan, calificó unas veces con la palabra vernaculé o provincial de Aragón, otras con la más expresiva de nostratibus, las palabras que tenía por exclusivamente aragonesas, distinguiéndolas de todas las restantes con la anteposición de la palabra hispanis; y por si pudiera dudarse de que designaba con aquellos antepuestos los vocablos aragoneses, él mismo lo declara, ora en el prólogo diciendo Adjunxi etiam vernacula provintiæ nostræ nomina, ora en el índice que titula Nomina hispánica et vernacula Aragoniæ.
Y decimos todo esto, porque parece después muy extraño que persona tan competente en todo aquello que emprendía, calificara de aragonesas palabras que pasan por castellanas, como asnallo, balsamina, cadillo, camomila, cebadilla, ginesta (
plantagenet; parecida a la aliaga, argilaga), margarita, regaliz (regalíssia), sosa, tuca, anadón, andario, becada, calandria, chorlito, dogo, gavilán, lechuza (chuta, ólipa), pajarel, perdiguero, picaraza (garsa en Beceite), polla de agua (focha), pulgón (puó), saboga, tordo (tord o tort en Beceite; tordus), triguero, verderol y otras. Colocónos (nos colocó) esto en la difícil alternativa, o de aceptar por aragonesas bajo la fé de quien, puesto que filólogo, al cabo no se distinguió como etimologista, palabras que no sólo la Academia pero aun los hablistas castellanos han considerado de uso general entre los españoles (también chófer, y no es castellana, a ver si adivinas de dónde viene; o aspirina); o de desairar, sinó, el voto calificado de un literato dedicado con ardor a las ciencias naturales y conocedor por sí mismo de los nombres con que la ciencia y el vulgo designan cada cual los objetos de la naturaleza. Pero nuestra imparcial elección ha estado en favor del habla común española, no sólo por el mayor crédito que nos merecen las muchas y buenas autoridades que contradicen la absoluta de Asso, sino por otra consideración que, favorable como lo es a Aragón, no podemos excusarnos de aducirla.

De esas voces, hoy todas castellanas, supuesto el admitirlas como tales la Academia, las hay, como balsamina, cadillo, calandria, cebadilla, chorlito, dogo, gavilán, ginesta, perdiguero, pulgón, regaliz, saboga y sosa, que ya se hallaban incluidas en la edición príncipe del Diccionario publicada en 1726 por aquella corporación literaria, y no se concibe cómo pudo desentenderse de esta autoridad el naturalista de Asso: pero hay otras, y a la fé muy bellas, como andario, asnallo, camomila, margarita, pajel,

picaraza, polla de agua, tordo, tuca y verderol, que no tenían cabida en aquella edición (58), que en Aragón eran ya muy usuales, y que hoy han pasado al fondo común de la Academia, sin que de nuestra parte quepa contra esto reclamación alguna,
(
como pasan casi todas las palabras aragonesas, mallorquinas, valencianas al DCVB y las consideran catalanas. Sólo hace falta revisar un poco Lou tresor dóu Felibrige para ver su procedencia occitana) como quiera que todos los idiomas viven de esos cambios mutuos, principalmente cuando la lengua de una nación prevalece (como su política) sobre los dialectos (o lenguas documentadas) de las provincias que vienen a constituirla.

Pero hay que considerar como aragonesas algunas palabras que, si bien incluidas como castellanas en el Diccionario general de la lengua, no puede negarse que son de uso constante, popular, y, por decirlo así, privilegiado en Aragón, mientras lo tienen muy raro o ninguno fuera de él, pudiendo asegurarse desde ahora que, pasado algún tiempo, y cuando ya la Academia forme la convicción en que nosotros nos hallamos, habrá de conservarlas en su Diccionario con el carácter exclusivo de provinciales de Aragón (59). Aquí, en efecto, se dice suplicaciones por barquillos como en el Desden con el desden; no marra por no falla como en las farsas de Lucas Fernández; aturar, como en Berceo «Abrán con el diablo siempre a aturar, y como en Lorenzo de Segura «Anda cuemo ruda que no quiere aturar,» amanta, amprar, arguello, arramblar, caño, malmeter, masar, paridera, punchar, rematado, vencejo, y otras varias (60) que se usan frecuentemente entre nosotros, y de las cuales y otras ya notó Capmany que algunas, como aturar, cal, dita, malmeter, ostal y pudor, eran a un tiempo de Cataluña y de Castilla.

De entre las palabras verdaderamente aragonesas aunque de apariencia castellana, de entre las palabras que, a cambio de otras citadas y consentidas como castellanas, tenemos que revindicar como nuestras y sólo nuestras, citaremos más detenidamente, por ser de las más vulgares en nuestro pueblo llano y sólo en él, la famosa expresión impersonal no me cal (no te cal, no le cal) en significación de no me importa, no me conviene, no me es menester, no me cumple, no tengo que etc., cuya frase, que no traen ni Covarrubias, ni la Academia en su Diccionario grande, ni el jesuita Terreros, ni Rosal en su Diccionario manuscrito, se halla autorizada en nuestros días como castellana por la Academia de la lengua, pero usada como aragonesa por sólo nuestros labriegos. (Yo soy filólogo de literatura inglesa y la uso en mi pueblo, Beceite) - En el poema del Cid hablando este de los Infantes sus yernos dice Curiellos quiquier ca dellos poco min' cal, y más atrás Si el rey me lo quisiere tomar, a mi non minchal: en el Poema de Alejandro se lee non te cal ca se vencires non te menguarán vasallos, y en otra parte Mas quequier que él diga a mi poco me cala: en las poesías atribuidas (61) a D. Alonso el Sabio también encontramos

E si vos veis este fuego

non vos otras cosas calen;

en el Laberinto de Juan de Mena

Mas al presente hablar no me cale;

Verdad lo permite, temor lo devieda;

en las poesías de A. Alvárez Villasandino:

Ya non me cal

pensar en al; (chap. ya no me cal pensá en datra cosa)

en las farsas o cuasi-comedias de Lucas Fernández n' os cale desemular; y, lo que es mucho más notable, en las epístolas del obispo Guevara, predicador de Carlos I, «no le cale vivir en Italia el que no tiene privanza de rey para se defender.»


Pero aunque las autoridades que llevamos citadas han podido influir en la Academia para la admisión de esa voz, que sin embargo no vemos incluida en el gran Diccionario de autoridades de aquella corporación, ni tampoco en el de Terreros publicado en 1786, debemos advertir que quienes la han conservado sin interrupción son los aragoneses, desde que (a nuestro parecer) la tomaron de los provenzales, en cuya poesía se halla usada repetidas veces, así como la tienen el idioma italiano en calere, el francés antiguo en chaloir, el catalan en caldrér, y, aun forzando un poco la analogía, el latín en calescere, agitarse, moverse, pudiéndose decir no me mueve, no me agita, no me domina, no me da cuidado, no me importa. Del uso lemosín no puede dudarse al leer en una canción de Pedro III no m' calgra no me sería necesario, y en un poema anterior (62) perteneciente a los primeros años del siglo XIII y publicado y traducido recientemente por Fauriel

Per Dieu, n’ Ugs, ditz lo coms, nons clametx que nous cal.

Por Dios, D. Hugo, dijo el Conde, no os quejéis, que no os conviene.

y más adelante al verso 4844

A la meridiana quel soleilhs pren lombral

el baro de la vila estan á no men cal.

esto es “al mediodía, cuando el sol penetra en todo sombrío y los defensores de la ciudad están descuidados”, o “no están sobre las armas,” como viene a decir Fauriel, o “están en un no me importa,” si fuera posible traducir así aquella expresión que de todos modos indica el abandono.

Y finalmente, verso 4913

Mas non aia Belcaires temensa que nolh cal.
que Fauriel traduce “Mais que Beaucaire n'ait plus de crainte; il n'en doit pas avoir" y que en castellano se puede expresar diciendo “Pero no tema Beaucaire, pues no debe, pues no le corresponde, pues no tiene motivo, pues no tiene por qué.”

Haciendo punto en esta digresión, ya demasiado extensa pero no inútil a nuestro propósito, y anudando el pensamiento de donde ha partido, tócanos manifestar que, señaladas las palabras usadas por autores aragoneses mas no por eso aragonesas, e indicadas también las que a toda luz son de Aragón aunque todavía calificadas como castellanas; pudieran añadirse ciertas otras generalmente usadas en Aragón y que, a pesar de serlo en Castilla por escritores de nota, no tienen cabida como castellanas en el Diccionario de la lengua; tales son haldeta que usa Moratín en aquel verso de sus Navés de Cortés.

de azul y negro las haldetas de ante;

esmangamazos, que, sin el prepuesto privativo, leemos en aquellos versos del Cancionero de Baena

A ty mangamazo syo otra tonsura.

por mi serà dada muy gran penitencia;

(págs. 447 y 481.)
laminero, que tanto divierte a los castellanos cuando lo oyen a algún aragonés y que, sin embargo, no sólo es muy natural derivado de lamer, y muy parecido a lamistero y lamiscado, sino que se ve usado en el arcipreste de Hita,

La golosina tienes goloso laminero;
a placer, que vemos en aquel romance

en corte del rey Alfonso

Bernardo a placer vivía;

pintar, que usan nuestros pastores por tallar, aunque justo es decir que la Academia lo hace sinónimo de escribir, explicando bien ambas versiones aquellos versos encantadores de Gil Polo

mas serate cosa triste

ver tu nombre allí pintado (señalado en mil robles)

…..

no creo yo que te asombre

tanto el verte allí pintada etc.;

mueso, o bocado, (mos; mossegá) que derivado de morsus (de donde después almuerzo) (amorsá, almorsá) se halla como provincial de Aragón y, no obstante, lo encontramos en el Poema del Cid.

Nol' pueden facer comer un mueso de pan,

y en el de Alejandro aunque con varia lección, y en los poetas del Cancionero de Baena

E luego será del todo vengado

el mueso podrido que dió el escorpion
….

Mas freno sin mueso é chapa

vos daria aun emprestado;

peñora (pignorare) y caritatero que explican Berganza y Merino, dando a pennora el significado de multa y prenda, y a caritas el de refección de bebida tras la colación y lección espiritual; tastar, (taste inglés: probar) que si bien se halla en sentido de tocar, derivado de tactus, también tiene en Berceo el de probar o morder en aquel verso

Que de meior boccado non podriedes tastar;
macelo, cuyo derivado macelario no incluye la Academia pero sí en sus vocabularios los eruditos PP. Berganza y Merino; vencejo, de vinculum, (
vencill, bensill, etc; para atar una garba de paja, alfalfa) que, aunque admitido por la Academia en significación de ligadura, sobre todo para atar las haces (feix, feixos) de las mieses, lo declara
D. Tomás Antonio Sánchez privativo de Aragón al explicar el verso de Berceo

Alzáronlo de tierra con un duro venceio;

cútio, que en Aragón significa constante, diario, no interrumpido, conforme con su elimología quotidie, quotidianus, y que la Academia escribe y explica de otro modo, poniendo cutío, trabajo material, y omitiendo absolutamente en su Diccionario el adjetivo cutiano (quotidiano) (cotidiano) que leemos en el poema de Alejandro

Un pasarïello que echaba un grant grito

andaba cutiano redor de la tienda fito

y en Berceo

facie Dios por los omes miraclos cutiano

y en el célebre Villasandino

Pues memento mey cutiano disanto.

de, partícula expletiva que se usa en la frase me dijo de antes su parecer, y en otras parecidas, y que también usan nuestros clásicos como Cervantes, “tan bien barbado y tan sano como de antes,“ y el obispo Guevara “y sus pueblos quedaron como de antes perdidos.“

Añadiríamos a estas algunas otras palabras y frases que, siendo muy familiares en Aragón, y no teniendo nada de exóticas ni nuevas, están excluidas, no obstante, del Diccionario de la Academia, por donde oficialmente resultan no ser castellanas, mientras son positivamente, ya que no aragonesas, de uso aragonés; pero atribuyendo este silencio, no a decisión magistral sino a descuido inevitable de aquel sabio cuerpo literario, no adicionaremos el anterior catálogo ni aun con las dos que por ahora nos ocurren. Es la una llevar la corriente, frase que hemos oído a castellanos puros y que usa el Duque de Rivas (poeta cordobés) en el romance último de su Moro Expósito

“, le acaricia, le lleva la corriente”

La otra es la voz medicina que no se define por la Academia sino como “ciencia de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano,” y que en sentido de medicamento (63) es en Aragón vulgarísima, se usa mucho por los facultativos y se lee con frecuencia en las Ordinaciones del Hospital de Zaragoza 1656, siendo además común a la lengua italiana y al dialecto catalán, pero que no puede formar parte de nuestro Diccionario cuando la vemos usada en todos los más distinguidos escritores castellanos, desde Cervantes a Espronceda, desde Quevedo hasta el poeta popular Trueba, y lo mismo en fr. Luis de Granada que dice sin los tormentos de los médicos y las medicinas, en Mexía como el buen medico sus medicinas, en Guevara y lo poco que las medicinas le han aprovechado, en Rhúa que sana la herida con medicinas lenitivas.

Pasando ahora a uno de los más notables grupos en que pueden dividirse las palabras aragonesas, digamos en honor suyo que este pueblo ha conservado un gran número de las que constituyeron el habla antigua castellana, siendo ya consideradas como arcaísmos fuera de uso algunas y no pocas, que acá nos son del todo familiares, y que en parte componen el más usual vocabulario de la gente inculta, cuyos modismos excitan hasta cierto punto la compasión de quien los oye, ignorándose, aun por nosotros mismos, que así hablaron los padres del común idioma castellano.

Sería, en efecto, un trabajo muy curioso el de reunir las voces, incorrectísimas hoy, de las clases últimas del pueblo, y observar su perfecta identidad, no ya con las que se emplearon en los siglos primeros del habla, sino aun con muchas de los escritores que florecieron en el siglo XVI (64). Llegarían esas semejanzas hasta el punto de ser fácil componer todo un discurso, y aun todo un libro, con palabras tomadas del antiguo castellano, que sin embargo serían exactamente las que usa con predilección el pueblo aragonés; bien que muchas de ellas no dejan de ser comunes con el ya bárbaro dialecto que todavía conserva el estado llano en toda España. Sean ejemplo de esta observación, sin que por eso abultemos con ellas nuestro Diccionario, las palabras niervo; omecida, gomitar, buticario, reconvinió, *prolvengan, filicidad, tuviendo, entreviniendo, abellota, quisiendo, *previdencia, risistir, pidir, dicir, recebir, vieda (veda), siguidilla, ambrolla, crocodilo, (latino puro) virificar, ogepción, asasinar, etc. Séanlo también mesmo, trujo (65), agora, escuro, enantes, dende, que los poetas dicen con frecuencia. Séanlo igualmente estentinos, malmeter y rancar, que usa Juan Lorenzo de Segura; emparar que se lee en Berceo; bulra, estoria, estruir y mandurria que emplea el arcipreste de Hita ; churizo (66), (choricer en Alcañiz, jueves lardero y chorizo) previlegio y rétulo, que nos dice Covarrubias; rabaño y aspárrago que conforman más con la etimología hebrea y latina; pedricado, que dice el rabí D. Santob; cantacio, estentino y otras muchas que se ven en el Cancionero de Baena; empués, que dice Marcuello (pero también Berceo); agüelo y cudicia Aldrete; acontentar el autor del Diálogo de las lenguas; inconvinientes, encorporar y muchas otras Zurita; riguridad Tirso de Molina; mesmamente el P. Isla.

Pero estas palabras no son otra cosa, aunque saludadas con el nombre de barbarismos, sino ligeras desviaciones enfónicas de otras verdaderamente castellanas: las hay que siendo notadas en Castilla como arcaísmos, son en Aragón bastante corrientes, y de ellas citaremos (aunque no hagamos uso de todas en el Diccionario) abejera, aconsolar, afigir, afirmar, almuestas, aplegar, apoticario, árcaz, asin, asisia, asumir, azarolla, bahurrero, batifulla, batimiento, bogeta, buco, cadillo, calendata, cablieva, canso, capacear, casada, cocote, coda, espedo, fajo, fendilla, ferial, fosal, interese, marzapán, mayordombría, mida, mueso, nano, ostaleros, otri, pasturar, peñorar, pigre, tardano, tributación etc.; de cuyo catálogo, que pudiéramos no sin dificultad engrandecer, se deduce lo que ya hemos indicado, es a saber, la religiosidad con que el pueblo ha guardado la antigua manera de hablar, haciendo en él la ignorancia las veces del respeto.

No son menos recomendables, pues son igualmente puras y perfectamente conformes con la índole o genio del idioma, las palabras compuestas que ostenta el aragonés.
No hay para qué decir la belleza y el número que de los compuestos resulta; ni la facilidad con que la lengua española los admite, merced a sus terminaciones vocales y a la buena proporción en que entran estas letras; ni la condensación que producen, economizando circumloquios y partículas; ni el uso que de ellos hicieron las lenguas antiguas, principalmente la griega: todo es demasiado conocido para necesitar
esplanarlo, y mucho menos aquí en donde por otra parte no tiene su principal asiento. Pues bien: de estas composiciones que deben tomarse, sino es en las ciencias, del fondo que ofrece el propio idioma (según lo insinuó Mayans con acierto, tomando cabalmente por ejemplo una voz aragonesa) hay algunas, entre las muchas que a cada

paso inventa la conversación, como aguacibera, aguallevado, aguatiello, ajoarriero, ajolio, alicáncano, alicortado, antecoger, antípoca, apañacuencos, arquimesa, arrancasiega, babazorro, botinflado, cabecequia, carasol, casamuda, cazamoscas, contrayerba, entrecavar, escondecucas, gallipuente (gallipont, gallipons), habarroz, hurtadineros, malbusca, matacabra, matacan, miramar, paniquesa, rabiojo, sobrebueno, sobrecielo, tragacantos, zabacequias.


Y si de los compuestos pasamos a los derivados, que son una parte tan principal, y por ventura la más numerosa de los idiomas, ¿cuántos no encontraremos en Aragón, cuya mayor parte debieran adoptarse por la Academia? Permítasenos ofrecer de ellos una muestra, la cual, contribuyendo a esclarecer este punto, dejará también probado que en la conservación tenaz de sus modos de hablar, generalmente proceden los aragoneses con una lógica instintiva, muy ajena de la especie de extrañeza depresiva con que son saludados sus provincialismos. Véanse, sino, las palabras aceitero, adinerar, afascalar, agramar, aguachinar, agüera, ahojar, aladrada, alaica, anzoleto, añero, apabilado, apenar, aquebrazarse, arrancadero, arrobero, asolarse, azutero (azud, assut), bajero, boalage, bolsear, brazal, cabecero, cabezudo, cabreo, calorina, callizo, canalera, cantal, capolado, capucete, casera, comprero, collete, cresarse, crujida, cuaternado, culturar, cunar, chorrada, defenecer, dentera, desbravar, descodar, desgana, encerrona, engafetar, enzurizar, esbafar, escorchón, escorredero, estribera, frontinazo, galgueado, helera, huevatero, jetazo, juguesca, lavacio, manifacero, mañanada, maseta, matacía, mitadenco, molada, ocheno, oleaza, parejo, pastenco, peduco, picoleta, plantero, pulgarillas, racimar, repaso, saquera, simoso, sondormir, sudadero, tardada, ternasco, vendería, volandero.

Hay otras muchas palabras que difieren muy poco de las correspondientes castellanas, resultado necesario de la varia eufonía de las provincias, a veces de la mayor o menor fidelidad etimológica, y no pocas del simple decurso de los tiempos, que refinan o adulteran, pero no para todos, el idioma. Vocablos hay que varían la terminación, como abejero por abejaruco, ancheza por anchura, apuñadar por apuñear (puño, puñada; puñetazo), azanoriate por zanahoria, balsete por balsilla, blanquero por blanqueador, capaza (capazo) por capacho, cargadal por cargazón, corrinche por corrincho, chaparrazo por chaparrón, dalla por dalle (guadaña), exigidero por exigible, friolenco por friolento (friolero, friolera), perera por peral, pescatero por pescadero, picor por picazón, rocador por rocadero. Unos se han sincopado en Aragón, como abrío por averío, albada por alborada, (auba Mallorca, alba) cartuario por cartulario, censalista por censualista, cobar por cobijar, chapear por chapotear, mida por medida, zanguilón por zangarullón: otros, al contrario, se han alargado por epéntesis, como alirón por alón, bienza por binza, cadiera por cadira, carracla por carraca, empedrear por empedrar, hilarza por hilaza, jarapotear por jaropear, marrega por marga, panso por paso, valentor por valor. Unos suprimen por aféresis la sílaba inicial, como caparra por alcaparra (también garrapata), dula por adula, jada por azada, jambrar por enjambrar, pedrada por apedreada, zafrán por azafrán (safrá; saffron): otros la toman por prótesis, como amerar por merar, asesteadero por sesteadero, atrazar por trazar. Unos pierden la final por apócope, como alum, brócul, caparrós, espinai, por alumbre, bróculi, (brócoli) caparrosa y espinaca: otros la toman, como rondalla por ronda. Algunos duplican una letra, como acerolla, sarrampión, por acerola, sarampión: otros son anagramáticos, como amorgonar y arraclan, (arraclau, arreclau) por amugronar y alacrán: otros obedecen más al origen latino, como bufonería, calonia, concello, curto, gramen por buhonería, caloña, concejo, corto, grama (lo gram en Beceite): otros padecen la leve alteración que algunos gramáticos llaman antítesis, (metátesis) como sucede en achacarse, albellón, alcorzar, almadia, anganillas, aradro, bofo, boteja, cogullada, ensundia, furrufalla, garufo, gayata, jijallo, lezna, mandurria, panolla, (mazorca) restrojera, rujiada, tamborinazo y vendema, cuyas equivalencias castellanas no es necesario enumerar (para la gente poco versada es necesario). Otros, finalmente, se distinguen por su sílaba inicial es, que en Aragón suele preceder como privativa en lugar del antepuesto des, y aun aumentarse a la voz castellana, como se ve en esbafar, escañarse, escrismar, esgarrar, espatarrarse, estral, estrévedes (67) y esvarar, bien que la lengua castellana es también abundante en esas voces, la mayor parte anticuadas (y esto prueba nuevamente en favor de Aragón lo que a la página 71 llevamos dicho) como escañar, esfogar, esfriar, espabilar, espalmar, espavorido, espedirse, espejar, espeluzar, esperezarse, espolvorear, esposado y estajo.

También son de citar, y merecerían una interesante explicación individual, algunas palabras y modismos, que, sin separarse del idioma común, tienen valor nuevo en Aragón, por estar tomadas graciosamente en sentido figurado o translaticio, cuya manera de hablar es uno de los más altos primores de una lengua. Notaremos como ejemplo, acantalear, ajustarse, albarrano, andaderas, anieblado, armarse fandango, asnillo, bandearse, barbaridad, brazo de S. Valero (68), caballón, cárcavo, carmenar, crujida, chaparrudo, echar la barredera (69), echar la ley, encabezado, encanarse, dar carrete, florecer la almendrera, garras, gorrino, guitón, gusanera, herejía (heregia), indignarse la llaga, julepe, jusepico, lucero, lucidario, macerar, mazada, morir a loseta, mostacilla, nazareno, pinganetas, salida de pavana, tiorba y otras.
A este grupo corresponden igualmente la palabra tocino en que los aragoneses toman la parte por el todo; las palabras azulejo, elástico, y esponjado, que toman pie de la cualidad sobresaliente del objeto para darle nombre; también talegazo y titada, cuya analogía con costalada y monería no deja de ser curiosa; igualmente bigardo, que aplicándose primeramente a unos frailes de la orden de S. Francisco condenados por herejes en Alemania e Italia, se extendió después a los de mala vida, concluyendo por significar en Aragón el mancebo de grandes medros y de buena apariencia para el trabajo pero que hace vida inútil y ociosa; y finalmente las antonomásticas florín que así se llamó por ser usual en Florencia, según Merino; frederical, con motivo del manto que usaron algunos Fadriques de Sicilia, según la explicación de Blancas; con D. Antón te topes, a guisa de maldición, en recuerdo de D. Antonio de Luna que asesinó al arzobispo de Zaragoza en los disturbios promovidos por el conde de Urgel; más listo que Cardona, con alusión al vizconde de ese título que, aterrado por el miedo cuando su grande amigo el infante D. Fernando fue mandado matar en 1363 por el rey su hermano, huyó precipitadamente desde Castellón a Cardona pasando el Ebro, por Amposta; ya se murió el rey D. Juan, frase proverbial alusiva al pródigo D. Juan II y dirigida contra los ambiciosos de mercedes; que viene Vargas, expresión con que se asusta a los niños desde la jornada funesta en que aquel mandó prender y decapitar a Lanuza de orden de Felipe II; zaforas, voz moderna, suponemos que ocasionada por el longista Zaforas en cuya casa se dice que sirvió como criado el famoso Cabarrús; piculín, en recuerdo de un famoso volteador de aquel nombre que, procedente de Castellón de la Plana, trabajó en Zaragoza muy a gusto de todos desde 1803 a. 1815, según Casamayor (70), bien así como en Castilla ejecutó sus habilidades en el siglo XVI el italiano Buratin, de donde tomaron ese nombre los volatines en general, según lo hemos leído en algún trabajo etimológico y aun nos parece recordar que en alguna comedia de Lope, por más que en el Diccionario de la Academia no hayamos hallado esa palabra.

Viniendo ahora a las etimologías, por demás está que repitamos lo que ya hemos indicado en este punto, ocioso es que digamos de nuevo lo que por otra parte de todos es sabido: las lenguas se forman por aluvión y por derivación, de lo cual nace su división en familias, el parentesco estrecho que a muchas liga entre sí, la riqueza misma que ostentan, como se ve en la griega con la acumulación de sus dialectos, en la latina con su imitación griega, en las germánicas y neolatinas con la asimilación de sus afines y con el contacto de los pueblos conquistados y conquistadores, aliados y enemigos. Pero si es un gran mérito filial, como lo es a nuestros ojos, la conservación cariñosa de las raíces o voces matrices, supuesta la necesaria y aun oportuna reforma de la sintaxis, en Aragón hay por qué envanecerse en este punto, pues son muchas las voces provinciales que derivan inmediatamente del idioma del Lacio (71).

Unas han conservado toda su estructura latina, como lumen-domus, articulata, calendata, portata, testificata, exhibita, cancelata, extracta, intramarino, ultramarino, cisterno, forideclinatorio, paciscente, y bonavero que, aunque tiene por su terminación aire español, procede de la frase antigua Bona vero quæ demandantur sunt hæc, y expresa hoy como entonces la lista de los bienes a que se refiere la demanda.
Otras son idénticas, o no han variado sino la desinencia o la ortografía, como ápoca, apoticario, ordio, cicures, brisa, ligona, uva, lucidario, sansa, comanda, excrex, convenido, pigre y motilar. Otras, aunque un poco más desemejantes, conservan muy visible su procedencia, como cuaderna, adimplemento, la Seo, coda, falenciales, oleaza, túberas, fiemo (
fem; humus; estiércol), macelo, farinetas (farina : harina), batifulla, fabear, zaborra y fabolines. Otras, en fin, aunque no de tan incuestionable etimología, la tienen bastante lógica, y desde luego mucho menos violenta de lo que suelen buscarla muchos etimólogos, a quienes, por lo mismo de no poseer nosotros su caudal, no los imitaremos ciertamente en disiparlo: tales son geta, gitar y jetar, de getare (y no de jacere, como otros suponen) (gitar : acostar sí es de jacere; gitar : expulsar, echar; foragitar); besque de viscus (pasta de muérdago viscosa, pegajosa, para atrapar pájaros); fajo (y aun fascal) de fax, origen de haz, (fasces; feix) hacinar etc.; huebra derivado de opera, que debió pasar por opra, obra y uebra, acabando por recibir entre nosotros un sentido genérico o trópico; aturar que Rosal (72) deriva de obturare; emberar acaso de ver, primavera, por empezar a colorear entonces algunas frutas, como se dice agostar al marchitarse de las plantas (agosto); exárico de exaro; concieto, de conceptus deseo concebido; muñido de monere, avisar, citar, obligar a comparecer; vellutero, de vellus, lana (vellut : terciopelo); trincar, de trincare, silvar, beber, dar muestras de recocijo; encante de in cantu; amosta, de amba manu hausta, según Monlau; tastar de tactus; mueso, de morsus; vencejo de vinculus; rufo, tal vez de rufus, rubio (rubeo : rojo); teruelo acaso de textula, tejuela con que en lo antiguo se votaba; caritatero, probablemente de charitas, a juzgar por el objeto de aquel cargo que suponemos equivalente al de limosnero; baste, quizá de bastaga, transporte, o de basterna, litera; calamonar, no muy extraño a calamenthum yerba; bando, que puede provenir de pando, siendo tan conformes las dos letras labiales en que se diferencian ambas voces; luquete, a luce como dice Rosal, aunque esa palabra no la incluye la Academia como aragonesa sino como castellana.

Otra de las más copiosas fuentes de donde el idioma español ha tomado un gran número de palabras, es la lengua árabe que, correspondiendo a una civilización muy adelantada sobre todas las de Europa, hubo de forzarnos a admitir, con sus raros conocimientos en las ciencias y artes, las voces que servían a desarrollarlos. No se habló en Aragón aquel idioma como en otras provincias, y es que tampoco no fue tan larga la dominación árabe, reconquistada Zaragoza en 1188 y Valencia (por D. Jaime) en 1238; pero fuélo todavía lo bastante para imprimirnos su influencia; y sobre todo nos impusieron los árabes en adelante, aun después de sometidos, ese suave yugo que, por lo mismo de no ser impuesto a la violencia sino en el seno de la paz, es, no sólo más duradero, pero aun tan honroso a los conquistados como a los conquistadores. Todavía subsisten, sobre todo en Valencia, pero también en Aragón y aun en Navarra, y claro es que en muchos otros puntos de España aun sin contar la Andalucía, prácticas agrícolas, costumbres indelebles, restos, del traje calles y barrios, y principalmente muchos vocablos de la lengua árabe con que la nuestra ha venido a enriquecerse.

Sobre las voces que son generales a toda España, y que Marina enumera cuidadosamente hasta formar un catálogo de cerca de mil quinientas, si bien algunas de origen griego u oriental pero siempre transmitidas a nosotros por los árabes, tiene Aragón otras propias de las cuales citaremos ajada, ajadón, alamín, alberge, albarán, alcohol, alfarda, algorín, almenara, almud, almudí, amelgar, antibo (de anteba, hincharse), arcaz, arguello, arna, aturar (73), badal, bailío, barreño, bocal, boto, bucarán, eraje, gaya, gafete, jauto, jebe, jeto, jimenzar, lapo, márfega, márraga, mossen, rafalla, rafe, sirga y zafrán; a las cuales no dudamos en agregar las investigadas a ruego nuestro por un competente amigo nuestro (74), de entre los cuales son incuestionablemente árabes, según sus informes razonados, alguaza, alquinio, antosta, badina, bahurrero, cabidar, capleta, charada, fardacho, fizón, maigar, tabarda, tría, zaborra y zalear; muy verosímiles alfarrazar, alacet, arcén, buega, cija, libón, y liza, y algún tanto dudosas abollón, *aribol, batueco, bistreta, boira, caramullo, cibiaca, cocón, cospillo, cudujón, fejudo, fres, güellas, jasco, lillas, pardina y pocho.
(
En el glosario etimológico de las palabras españolas de origen oriental, de Leopoldo De Eguilaz y Yanguas he encontrado algo: Baden, badina. La zanja que dejan hecha las corrientes de las aguas. Charca. De * bátin, "rebajado, hundido (suelo terreno) en Kaz. "the low or depressed tract of land, of the plain, where water rests and stagnates" en Lane. Alix. (badina, badines, a Beseit, la badina negra al Parrissal). // ALACET. Voz aragonesa que significa fundamento de un edificio. Borao. Es la arábiga alist o alicet, que, entre otras acepciones, tiene la de fundamento en Kazimirski. Tráela R. Martín bajo la forma *ar alast o alacet, según la pronunciación vulgar, aunque con significado distinto. Acaso alacet no sea más que la contracción de *ar alisését, pl. de alisés, fundamentum en R. Martín, la base o cimiento de un edificio.)

En cuanto a la influencia provenzal, (ver Lou tresor dóu Felibrige, Mistral) con decir que se sintió más o menos aun en Castilla, no puede sorprender que en Aragón fuese extraordinaria, y lo admirable es, pero no menos cierto, que aquí no resultase un dialecto como el catalán o valenciano, y que alcanzara a conservarse el idioma español, nacido como en Castilla pero independientemente de Castilla, y perfeccionado lentamente no sin alguna intervención castellana, pero desde luego con más y mejores aunque no muy aprovechados elementos. Haciendo fondo común de las voces puramente lemosinas y de las catalanas, tenemos, principalmente de estas, un buen número, siéndonos perfectamente comunes amosta, baga, banova, barral, botiga, braga, bresca, corcar, embafar, empentar, escalfeta, escalibar esclafar, esgarrifarse, falca, fuina, gallofa, garba, garraspa, ginjol, gosar, greuge, madrilla, mas, máscara, porguesas, pudor, purna, quera, a ran, sirga, taca, tastar, tongada, trena, trucar, veguero, veta, y, según puede verse en Raynouard (75), adobar, aturar, borda, getar, rosigar, tetar y alguna otra; así como también son comunes al aragonés y al catalán, aunque aquel les ha dado desinencia o pronunciación castellanas, ajordar, calage, calibo, fitero, guito, manifacero, masobero, tinelo, trespontin etc. y lo son también, o por su raíz o por su semejanza, argadillo, cuquera, espenjador, fosqueta, garrampa, milocha y alguna otra.

Algunas de estas palabras pertenecen también a los otros idiomas neo-latinos, no siendo fácil decidir si fueron elaboradas a un mismo tiempo, ni en caso contrario de qué parte estuvo la precedencia; pero de todos modos es lo cierto que tastar, por ejemplo, es común a los idiomas aragonés, catalán, francés e italiano, (e inglés, taste) que botiga, y gingol (jíngol, gínjol), traspontín y aun falordia lo son a los tres primeros, que fuina, muir, taca y aun escalfeta lo son al aragonés, al catalán y al italiano. En cuanto a las semejanzas del aragonés con el francés o el italiano pueden citarse, respecto a este, gratar, chemecar, falaguera (de follegiare), y aun badal y picota; y respecto a aquel acoplar, aguaitar (de guetter), alberge, argent, (Ag, argentum, plata) becardon, chapelete, empachar, esparvel (de épervier) (esparver, esparvé), fuina, guipar (de gûepe abispa), manchar, mazonero, niquitoso (de nique mueca), planzón, pocha, pochada y algunas otras como gallón que la Academia escribe gasón tal vez por aproximarla al gazón francés, y mascarar que, desusado hoy por ellos más no por nosotros, usó sin embargo Rabelais en “Gargantúa) se mascaroyt le nez.”

Expuesto ya, si bien concisamente y sin extendernos a observaciones, panegíricas, lo más preciso de saber para la inteligencia del habla aragonesa en lo tocante a su historia, su etimología, su propiedad y aun sus ventajas, seguramente que completaría en gran parte nuestro trabajo la exposición de los modismos, frases o refranes peculiares de Aragón; pero nos ha retraído de esta idea, no sólo la dificultad de llevarla a cabo con algún acierto, sino la consideración de que aquellas maneras usuales de decir no alteran en nada el idioma castellano, ni difieren (sino es en los pueblos del Somontano (76)) de la sintaxis común, ni marcan ninguna genialidad aragonesa, ni son otra cosa que combinaciones de las sin número que permite un idioma, y que todos los días crea el gusto o la improvisación individual. Ni las construcciones poderse asumir a bolsa de caballero y llevar mujeres a ganancia, que usan nuestros fueros, tienen nada de repugnante con el idioma castellano; ni ofrecen originalidad de alguna monta las frases campar por sus respetos, no le hace por no importa, conducir por Ebro vez de vez de conducir por el Ebro, jugar a pelota (creo que en Navarra y País Vasco se usa también) por a la pelota, parar fuerte por mantenerse sano, vagar te puede por ancho te viene, hacer duelo por dar lástima, (sobre todo en la comida: me hace duelo dejármelo: me fa dol dixámeu; no te cale : no te cal : explicado más arriba) el Juan y la Isabel por Juan e Isabel (77), (el artículo delante del nombre propio se usa en toda España, pese a lo que diga la gramática; la Yoli, la Jeni, el Jonatan, etc) sin parar por al momento, tal cual por al punto y otras como estas; ni tampoco los decires familiares o proverbiales pan de mi alforja, hasta las pulgas toman tabaco, a sopas hechas, ir atrás como el soguero, peor que Geta, más malo que Piván, más feo que Tito, peor que Fierrabrás (Fier-à-bras) (Fierabrás), más célebre que Barceló por la mar (con alusión al famoso marino mallorquín del siglo pasado), sabe más que Briján (Bricán nigromante o hechicero, como Merlín, según Milá), tiene más que Zaporta (cuya esplendidez se conserva en Zaragoza en el palacio monumental de su nombre que después se llamó de la Infanta por haberlo habitado la esposa del infante D. Luis), con la faldeta remangada, priétate la frente, para cuestas arriba quiero mi mulo, como los perros en misa, el que a su enemigo plañe en sus manos muere, más vale sudar que estornudar, más caro que el salmón de Alagón, que se pasa el asado, serio como bragueta de ciego, viejo como las bragas de fr. Pedro, sabido como el chiste de Saputo (78), qué trenzadera o qué alpargata lleva (embriaguez o (borrachera), donde Cristo dio las tres voces (en paraje extraviado), irse por Val-de-Gurriana (desviarse del camino natural aunque sea en la conversación, en el juego etc.), costar un sentido, ya viene Martinico (para decir a los niños que les entra el sueño), más duro que el pie de Cristo, llamar a Cachano con dos tejas (querer un imposible, apelar a quien no puede socorrernos) y otros de ese carácter ; ni encontraríamos cosa alguna reparable sino en muy contadas locuciones que en cierto modo alteran el idioma y se presentan en él como verdaderos solecismos, según lo vemos en ir viaje o estar viaje por ir de viaje o estar de viaje, se lo dé V. por déselo V., es tu que no llueve usado por la gente vulgar en forma interrogativa en vez de ¿cuánto va que no llueve?, lo qué? por qué?, en puesto de y en igual de por en vez de (locus : lugar, puesto, lloch, lloc, loc, loch; en lloch de, en lloc de, en puesto de, en ves de), hasta de ahora por hasta ahora, con otras que pudieran añadirse y que nosotros omitimos rebuscar.

En lo que sí queremos detenernos algún tanto es en el gracioso diminutivo en ico, que consideramos más bien como un modismo que como una palabra, y que, si bien es manera de hablar muy castellana y aún no considerada como arcaísmo por el Diccionario de la lengua, pero es desusada y aun ridícula entre los castellanos, al paso que muy general en todas las clases sociales de Aragón y de Navarra (y Murcia).
Y decimos que muy general, porque hemos de confesar que un gran número de palabras de las que hemos citado como aragonesas, y por ventura las más interesantes, como cal, aturar, amprar y muchísimas otras, ya no se conservan sino entre las clases ínfimas del pueblo; que también
acá (acá se conserva más en Sudamérica, en España ven p'acá, p'aquí) ha cundido entre las personas cultas el desdén hacia nuestras bellezas provinciales; pero el diminutivo de que hablamos es universal, y ya no depende de la educación sino del nacimiento.

El idioma español, rico en los diminutivos cual ningún otro, y desde luego muchísimo más que el hebreo, el árabe, el griego y aun el latín y el italiano, como que reúne más de treinta diversas terminaciones (79), habiendo palabra que permite ella sola doce desinencias, claro es que no aplica todas esas variantes o aumentos de final a todas las palabras, antes se conforma con lo que cada una permite (80); mas en medio de ser esto cierto, las en ico, en illo y en ito son terminaciones generales que se aplican indistintamente a casi todos los nombres, habiendo entre ellas una verdadera sinonimia.


Pero el diminutivo en ico tiene dos ventajas incontestables, el uso preferente que de él hicieron los padres de la lengua, y su significación especial e intrínsecamente distinta de los de otras terminaciones. En los escritores de nuestros orígenes, sobre cuyos sencillos versos parece que vagaba, como una fresca brisa sobre las plantas silvestres, el ambiente de la naturalidad, era el diminutivo en ico el que dominaba en la expresión de los afectos o las apreciaciones, y por eso es tan general en la poesía popular y en la familiar de posteriores tiempos. ¡Qué bien dicho está en una farsa de Lucas Fernéndez

¡Oh, pastorcico serrano!

¿viste, hermano,

un caballero pasar?

y en un romance sobre el moro Calainos

Bien vengáis, el francesico

de Francia la natural?

¡Cuán propio es de la poesía de Castillejo, último trovador de los amores y la sátira, paladín de la poesía nacional contra los petrarquistas, contra los luteranos como él decía, cuán propios son de aquella poesía fácil y sentida aquellos versos, ya pertenecientes a una época muy adelantada, en que se pinta con gracia inimitable a un vizcaíno borracho metamorfoseado en mosquito
tuvo con esto a la par

una risica donosa,

las piernas se le mudaron

en unas zanquitas chicas,

los brazos en dos alicas,

dos cornecicos por cejas!

¡Qué bien sienta en Rodrigo de Cota o Juan de Mena, o quien quiera que escribiese la primitiva Celestina (que nosotros no hemos de desatar nuestras dudas como el editor de Barcelona que atribuyó a aquellos dos tan admirable obra); qué bien sienta aquella aglomeración graciosa de diminutivos «Nezuelo, loquito, angelico, perlica, simplecico, lobitos en tal gestico, llégate acá putico etc.»! ¡Qué encanto hay en aquellas deleitables fontecicas de filosofía, que nos dice Fernando de Rojas! (autor de la Celestina)
¡Qué espontaneidad tan amorosa en Fr. Luis de Granada el pollico que nace luego se pone debajo de las alas de la gallina... y lo mismo hace el corderico; en Mendoza las mañanicas del verano a refrescar y almorzar; en Santa Teresa al primer airecico de persecución se pierden estas florecicas; en Guevara lo demás que callandico me pedistes en la oreja etc.; en Ávila cuando aconseja conservar esta centellica del celestial fuego; en Lope para quien la constelación de S. Telmo era una estrellica como un diamante! (81) ¡Qué difíciles son de enmendar aquellas tajadicas subtiles de carne de membrillo con que se atendía a la voracidad plebeya de Sancho el Gobernador, aquellos zapaticos para sus hijos que echaba de menos su mujer, y, entre muchos pasajes de la GITANILLA DE MADRID, aquel «Preciosica, canta el romance que aquí va porque es muy bueno”! y ¡cuán superior es en la misma novela aquel cabo de romance (82) «Gitanica que de hermosa te pueden dar parabienes» sobre el que le sigue «Hermosita, hermosita, la de las manos de plata!» ¡Qué tono de familiaridad en aquella carta de Caballero de la Tenaza «Ahora es, y aun no acabo de santiguarme de la nota del billetico de esta mañana!" (83) Y viniendo todavía más a nuestros tiempos, cuando la lengua y la poesía tocaban el último grado de la perfección, el principio ya de su inminente decadencia, léanse nuestros grandes poetas dramáticos y líricos, y veremos que, cuando el asunto les consiente cierta familiaridad, prefieren el ico para denotarla más fielmente, como en los versos de Calderón

La ropilla ancha de espaldas,

derribadica de hombros,

y redondica de falda;

como en Moreto, en quien todavía resulta más terminantemente nuestro aserto cuando entre sus personajes de TRAMPA ADELANTE pone a Jusepico y Manuelico pajes,

a la manera de Quevedo que llama Pablicos al héroe de su novela el Buscón (84).

Tan admitido era entre los más serios escritores aquel diminutivo, que en el testamento (verdadero o falso) del Brocense, el cual inserta e impugna con su exquisito natural buen juicio el Sr. marqués de Morante en la excelente vida de aquel humanista publicada como apéndice al tomo V de su Catálogo, hay una cláusula que dice «Item, Mando a Antonita mi nieta el mi lignum crucis con su cristalico у las seis esmeraldas de que está cercado»; y, lo que es más reparable, Covarrubias, cuyo lenguaje didáctico parece que había de excluir todo diminutivo, dice al explicar (bien ridículamente por cierto) la etimología del gavilán «cuasi cavilan por la astucia y sutileza con que hace presa en las avecicas,» cuya frase le copia y prohija la Academia en la primera y más completa impresión de su Diccionario (85).

Y para que se vea con otro género de prueba la importancia que tuvo ese diminutivo, obsérvese que hay palabras de que no ha quedado, según la Academia, sino el diminutivo en ico, por ejemplo bolsico, calecico, doselico, farandulica, sonetico, fuellecico y zamarrico, a las cuales pueden añadirse las locuciones y refranes veranico de S. Martín, mañanicas de abril buenas son de dormir, Romero ahíto saca zatico etc.: hay algunas que no admiten otro que él, como Perico, borrico, gemidicos y lloramicos; (ploramiques, els pluramicas catalanistas) otras que han venido a determinar una nueva significación perdiendo absolutamente la diminutiva, como acerico, pellico, velico, villancico, farolico, (en sentido de yerba), frailecico (en el doble de ave y pieza del torno de la seda), besicos de monja (en el de planta), (teticas o tetillas de monja, el dulce o pasta, o algo delicioso; mamelleta de monja) palmadica (en el de baile), y tal vez espacico sinónimo de aciago en los antiguos escritores. (despacico conmigo, que tiro de chirla y te echo las tripas en un canasto. José Mota, de un lugar de La Mancha)

La segunda ventaja que abona el uso del diminutivo en ico es su particular significación, (decimos ahora significado) pues aunque parecen sinónimos los en ico, illo e ito, que la Academia agrupa concediendo la elección al buen gusto del escritor, es lo cierto que el diminutivo aragonés (permítasenos esta frase) tiene dos diferencias con aquellos otros, una que podemos llaman gramatical y otra moral, una que se resuelve como todas las cuestiones de sinónimos, otra que tiene relación con el carácter del país en que principalmente se conserva generalizado aquel diminutivo. La diferencia gramatical, a la verdad no muy marcada desde que la supresión del diminutivo en ico ha refundido en los otros su verdadero significado, consiste en que la terminación en illo tiende visiblemente al desprecio, al achicamiento voluntario de un objeto, por ejemplo, chiquillo, capitancillo; la en ito tiene algunas veces carácter depresivo y no pocas denota cierta repugnante hipocresía, como se observa por ejemplo en las frases ¡ tiene una risita! ¡la mosquita muerta!; la en ico demuestra cariño o predilección, siendo a lo menos un aditamento inofensivo, como nos lo declara prácticamente el ejemplo que llevamos citado de la CELESTINA, en el cual se ve que prepondera aquella expresiva terminación para la alabanza, angelico, perlica, simplecica, gestico, y se reservan otras para lo que puede indicar detracción, como nezuelo, loquito y lobitos. En cuanto a la diferencia moral, estriba en que el diminutivo en ico representa el lenguaje de la familiaridad, de la conversación, de la intimidad, y por decirlo así, de la buena fé, fuera del cual apunta en cierta manera el estudio, el disimulo, la desconfianza, la reserva, la falta de espontaneidad.

Hemos expuesto, sucintamente algunas veces, y otras con mayor difusión, los caracteres esenciales del idioma aragonés, mal apreciado en general, tan poco estudiado aún por los mismos aragoneses, pero tan digno de un examen todavía más lato que el que le hemos consagrado. Las fuentes de donde procede, que son las más puras; la respetuosa conservación de voces latinas, y sobre todo de españolas antiguas; la asimilación que se ha procurado parca y atinadamente con las arábigas y lemosinas; la suma de sus palabras técnicas, compuestas, derivadas y aun onomatópicas, en todo conformes con el carácter de la lengua española; la expresión genial, candorosa y fácil que distingue a muchos de sus vocablos y a no pocos de sus modismos; todo contribuye a darle un conjunto inexplicable de belleza que, si no se ha beneficiado todo lo posible, consiste en que la sumisión aragonesa y la tiranía castellana puede decirse que han concurrido a eliminar de la literatura los elementos más útiles del idioma aragonés, que viene a ser una variante cuando no un complemento del impropiamente llamado castellano.

De las ventajas que a este mismo lleva, algo es lo que ya tenemos indicado, pero todavía podemos añadir tal cual observación que se compadece muy bien con nuestro objeto. Hay palabras, como ababol, que, no desmereciendo en suavidad de sus respectivas castellanas, obedecen más a su etimología: hay otras, como abortín, que conforman mejor con el genio de la lengua, si bien ya sabemos que por uno de los muchos secretos de la española los diminutivos tienen a veces desinencia aumentativa (a la hebrea y griega) como sucede en anadón y liebratón, verdadera antítesis de otros, como tordella que es aumentativo: hay otras, como remoldar, que son más concretas, pues en ese mismo ejemplo vemos que Castilla hace sinónimos a remoldar y podar, mientras en Aragón lo uno se refiere a los árboles y lo otro a las vides (esporgá, expurgar, pera los abres; podá la viña, desullá, etc.): hay otras, como cortada y huevatera, muy superiores a sus análogas corte y huevera, que en castellano son ambiguas y confusas por sus diversas significaciones: otras que tienen más conformidad con la lengua madre, como uva, que responde en Cicerón y en Fedro, como entre los aragoneses, a la idea castellana de racimo, que en Columela todavía expresa el que forman de sus propios cuerpos las abejas, y que en Virgilio tiene la más general significación de cepa o vid, fert uva racemos: hay otras sutilísimas, como respetudo y gobernudo, que denotan, no ya la idea despectiva propia de esa terminación, sino una especie de falsa importancia, pues respetudo quiere decir el que inspira cierto infundado respeto, no por lo que es en sí, sino por su edad, su figura y su entonación oraculosa; y gobernudo, no el que es realmente metódico y ordenado, sino el que bulle mucho y parece estar en todo, aunque positivamente no tenga tanto gobierno como agilidad y movimiento: hay otras dotadas de gran propiedad y de muy buenas condiciones eufónicas, como agüera, alud, asnada, brisa, caloyo, eraje, jugadero, mejana, lloradera, redolino, ternasco (86) y vulturino: hay otras de excelente composición, como aguacibera, aguallevado, ajo-arriero, ajolio (ally oli, allioli; allium oleum), alicortado, botinflado, cabecequia, malbusca, matacabra y matacán, que no puede rehusar ningún gramático: hay otras perfectamente significativas y en igual grado concisas y aun irreemplazables, como los verbos alfarrazar, amprar, antecojer, atreudar, bolsear, ceprenar, chemecar, entrecavar, favear, malvar y otras que son de composición castellana con cierta libertad francesa.

A todas las cuales, que de suyo no tienen equivalencia en castellano, hay que añadir, porque tampoco no la tienen exacta, las palabras alfarda, almenara, amelgar, amosta, antípoca, antor, apercazar, apuradamente, atrazo, axobar, bimardo, borroso, boto, brazal, cabecero, capacear, capleta, *cenero, cerpa, convenido, correntía, crujida, cudujón, chorrada, emberar, empeltre, encabezado, fádiga, hablada, lorza, mantornar, mañanada, marraga, masobero, modoso, oleaza, panicero, picotear, racimo, rafe, ruello, saso, tardada, taste, teruelo, terrón, tinglado, vellutero, venora, zaborra y zancochar, todas o casi todas las cuales, y otras que aquí no citamos ni definimos para prueba, como quiera que lo están en nuestro Diccionario, debieran adoptarse como propias en el idioma español, e igualmente las que se citan en la ENCICLOPEDIA ESPAÑOLA (87), artículo de España lingüística, en cuya obra, que no debe parecer sospechosa de provincialismo, se defiende resueltamente al idioma aragonés y se inculpa gravemente a los castellanos por el exclusivismo con que proceden en materias de lenguaje, prefiriendo en muchos casos ostentar su pobreza más bien que adoptar de los dialectos españoles aquello en que estos les superan.

Hemos terminado con eso la tarea que nos habíamos impuesto, a la cual vamos a dar cima con una sola observación. Puesto que se ha perdido literariamente, aun en las márgenes del Ebro, el habla aragonesa; puesto que lejos de perfeccionarse ni aun conservarse estos dialectos, amenazan confundirse poco a poco en el idioma general; bueno fuera que la lengua conquistadora utilizara en beneficio común esos restos lingüísticos que de otro modo han de perderse, y entonces, ya que el vocabulario aragonés ni se conservara sino en libros como este u otros de mejor desempeño, ni sirviera sino como una curiosidad filológica; contribuiría por lo menos a enriquecer el acerbo común de la sin par lengua española, y, a cambio de tantas glorias abdicadas en favor de la unidad ibérica, conservaría el Aragón la de haber mejorado con su hermoso dialecto el habla rica de Cervantes.